KYRIE ELEISON

     

epílogo

   

AMOR A LA VIDA Y AMOR A LA MUERTE

      E

capítulo 03


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  No puede morir lo que no está vivo, ni tampoco la semilla enferma puede dar fruto aunque caiga en tierra y muera.
La muerte, por la muerte, significa destrucción. No basta que un hombre sea crucificado para que por ello resucite.

Los hijos del Reino no somos del mundo, pero estamos en el mundo. Y es desde la lucha en el mundo desde donde es posible la trascendencia al Reino.
Una cosa es tomar conciencia de que nuestra razón de ser culmina en el hecho de morir a manos del Mal, y otra cosa es sentarse a esperar que el Mal venga a destruirnos.

El hijo del Reino es un destello de la Luz divina, que ama a todos y no lucha contra nadie, sólo lucha por el Bien.
Dice el Señor: "Sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto, que hace llover sobre justos e injustos".
De la misma manera que la lluvia hace florecer por igual las hierbas buenas y las malas, así el hijo del Reino lo ilumina todo sin hacer distinciones. Y no lo hace mediante una acción consciente y voluntaria, sino como una manifestación espontánea de su forma de sentir.
 

La vida terrenal es la oportunidad que Dios nos da para generar Vida eterna en nuestro interior, y esparcirla por el mundo.
Cuando el Mal observa que en un hombre hay Vida divina, arremete contra él con la intención de que este hombre se defienda y devuelva ataque contra ataque. Porque en esta lucha el Mal se fortalece y el hombre se debilita.
Pero cuando este hombre no se resiste a la embestida del Mal, sino que se deja derribar por él, entonces sucede todo lo contrario: el Mal se debilita, porque no encuentra esa oposición que es la razón de su existencia. Y la Vida divina aumenta en el interior del hombre, tanto más cuanto más dura haya sido esta embestida.

De esta manera el hombre va deshaciendo poco a poco su condición humana y situándose en la divina. Entonces, y sólo entonces tiene sentido la muerte:
Lo que sucede en lo pequeño, también sucede en lo grande. Si por dejarme matar en lo pequeño de mí, experimento una resurrección pequeña, entonces descubro en mi interior el verdadero sentido de la muerte, y creo en la resurrección plena, no sólo como un acto de fe ciega, sino como un descubrimiento que parte de la propia experiencia vital.
 


Hay que dar testimonio, a gritos o en silencio, dentro de las iglesias y fuera de ellas, y tomar conciencia de una cosa: cada fracaso en el mundo es una victoria en el Cielo, cada muerte en el mundo, por pequeña que sea, es Vida divina que crece dentro de nosotros acercándonos más y más a Dios hasta llegar a fundirnos plenamente en Él.

¿Por qué no crecemos? ¿Por qué sentimos a Dios lejos? Porque luchamos contra el Mal. Queremos deshacernos de él para traer a Dios al mundo, hacer del mundo su casa, y para ello nos afanamos en luchas infructuosas que no nos acercan a Él, sino que nos alejan.
El mundo no es la casa de Dios ni lo será nunca. Ni tampoco puede ser la casa de los hijos del Reino.

Dice el Señor: "esforzaos por entrar por la puerta estrecha".
La puerta estrecha es esa muerte que Dios pone ante nosotros cada día. Si huimos de esa muerte, estamos huyendo de la Vida divina, y nunca alcanzaremos en plenitud la identificación con el Padre a través de Jesucristo.
 


Entre todos los hijos del Reino existe una comunión que escapa a nuestras posibilidades humanas de comprensión. Las iglesias son una expresión de esa comunión, son una manifestación visible y parcial, de una realidad invisible y plena.
¿Cuántos hijos del Reino instituido por Jesucristo no habrá fuera de las iglesias cristianas institucionalizadas? ¿Y cuantos que están dentro de ellas, no lo son?

Igual que en cada hombre hay un tiempo para crecer y otro para morir, un tiempo para gozar de la dulzura del Señor y otro tiempo para encogerse y empequeñecerse para poder entrar por la puerta estrecha, así mismo, en esta comunión entre todos los hijos del Reino que pisamos la tierra, hay hombres a los que se le ha encomendado la misión de hacer crecer y a otros la de dejarse matar.
Unos no pueden existir sin los otros. Sin crecimiento no hay Vida, sin muerte no hay trascendencia.