KYRIE ELEISON

     

epílogo

   

LA VIRGEN MARÍA

      E

capítulo 06


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  La Virgen María es uno de los símbolos más bellos de todo el mensaje de salvación.
En el paganismo, los dioses engendran dioses, y los hombres, hombres.
En la mística oriental, el hombre espiritualmente superior se reencarna en otro hombre superior, y el inferior en otro inferior.
El mensaje cristiano rompe barreras y nos muestra cómo Dios nace de una mujer. Dios baja del Cielo y se engendra dentro del hombre: el ser humano puede ser germen de la divinidad.

Durante siglos la iglesia católica ha intentado divinizar la figura de María asignándole atributos que la separan del resto de los mortales. La inmaculada concepción, la virginidad postparto, la asunción, etc.
Es posible que realmente así sea, pero estos atributos no nos aportan nada verdaderamente novedoso. Devuelven al Cielo al Dios que se acerca a los hombres, levantan nuevamente la barrera que Dios mismo quiere echar abajo.
El que Dios se haya encarnado en una mujer, un ser humano tal y como cualquiera de nosotros, es un signo de Amor y de ternura extraordinariamente sublime que no debemos despreciar.
 

María queda encinta por obra del Espíritu Santo.
No hemos de detenernos en el hecho milagroso en sí, sino en el símbolo que representa.
Dice el Señor: "No llaméis a nadie padre, sino a vuestro Padre celestial".
Cada hombre, en su condición humana, puede ser matriz en donde se engendre un nuevo ser, que es el propio hombre que renace en el Espíritu, pero ese nuevo ser no puede tener otro padre que Padre Dios.
Y ahí tenemos que fijar los ojos en María: "he aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu Palabra".
Y su prima Isabel le dice: "Dichosa tú, que has creído, porque todo lo que el Señor te ha prometido se cumplirá".

Los católicos, cuando rezamos el Ave María, decimos "Madre de Dios".
Éste ha de ser el ideal último de todo cristiano: engendrar a Dios dentro de su corazón.
Dios está en el Cielo y hace acto de presencia en el mundo por medio de sus hijos. Encarnar a Dios significa renacer en el Espíritu y permitirle asomar su Amor a través de nosotros.
Nada de esto es posible si no es buscándonos en la imagen de María.
 


Dios bajó a la tierra y se acercó a nosotros, y nosotros hemos ido empujándolo nuevamente hacia el Cielo, poniendo distancias insalvables entre Él y los hombres.
Muchos sienten una gran veneración por la Virgen María porque el Dios que se les ha mostrado es un Dios lejano, y su ternura parece ser mucho menor que su rigor.
Entonces buscan en la figura de María esa ternura, esa comprensión que parece que en Dios no habrían de encontrar.

El que se encuentra verdaderamente con Dios no deja de lado la figura de María, pero una vez que ha comprendido que esa ternura y esa cercanía con el hombre ya están en el Padre, no necesita de intermediarios que puedan ablandar el corazón de Dios, pues comprueba por sí mismo que el corazón de Dios es tan tierno como el de una madre.
La veneración a María es buena, pero que no sea resultado de un desconocimiento de la ternura de Dios. De esta manera ya a María no la veremos fuera de nosotros, en lo alto, sino muy cerca de nosotros, junto a nosotros. Pues cuando dos hombres se hacen uno en Cristo, ya no existe motivo de veneración del uno por el otro.
 


Hay un pasaje bíblico maravilloso en el que Jesús obedece a María, no en cuestiones humanas sino divinas. Esto es: Dios obedece al hombre.
Se trata de las bodas en las que Jesús afirmaba que aun el tiempo de darse a conocer mediante sus milagros no había llegado, y sin embargo María le fuerza a que convierta el agua en vino.
Esto se queda en anécdota si nos limitamos a considerar que María tenía, por su condición especial de madre, una autoridad especial sobre Jesús en ese aspecto.
Pero no es así como debemos entenderlo. La enseñanza que hemos de sacar es distinta, mucho más abierta y profunda.

Cuando mi hijo no me obedece y sólo hace su voluntad, yo le miro con lástima porque sé que ese camino le llevará a la perdición. Por su bien le impongo una disciplina.
Pero si mi hijo me obedece en todo y está pendiente de mis deseos para cumplirlos, entonces yo me siento a su lado y hablo con él. Le pregunto por sus inquietudes, por sus anhelos, todo mi rigor desaparece y acomodo mis criterios a los suyos. Ya mi voluntad no será independiente de la suya.

Así mismo actúa Dios con nosotros.
Dios no tiene previsto un plan de salvación ajeno a nuestros anhelos. Nuestra voluntad es muy importante para Él. El plan de salvación no está trazado desde lo Alto de una manera impositiva, sino que Dios se sienta junto a sus hijos y les pregunta, y acomoda su voluntad a la nuestra.

Hay un tiempo para reprender y hay un tiempo para colmar todas las ansias humanas de los hijos de Dios.
Cristo nos llama siervos inútiles que no tenemos derecho a exigir paga alguna por nuestros servicios. Pero luego nos dice: "No os llamo siervos, sino amigos".

La humildad que aplasta al hombre y le hace renunciar a sus ideales más altos, no es la humildad que Dios espera de nosotros.
La verdadera humildad es apasionada e ilusionada, porque Dios tiene en cuenta nuestras opiniones, nuestras posturas, nuestras inquietudes, y acomoda su voluntad a la nuestra. Rehace continuamente sus planes para complacernos a nosotros.

Mas nada de esto es posible si primero no nos reprende, no nos disciplina.
Yo sólo me sentaré a hablar con mi hijo para atender sus peticiones cuando sé que él me escucha a mí, y que no quiere hacer las cosas según su visión particular, sino que está atento siempre a todo lo que yo pueda decirle.
Y a veces, para que me atienda, debo zarandearlo y darle un grito de atención.
 


Dios está muy cerca de nosotros. Escuchémosle.