KYRIE ELEISON

     

epílogo

   

"MI REINO NO ES DE ESTE MUNDO"

      E

capítulo 08


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  Cristo no era de este mundo, y así lo demostró. Él no vino a cambiar el mundo, sino a indicar el Camino para salir de él y entrar en otra realidad distinta: El Reino de los Cielos.

El imperio romano tenía al pueblo judío injustamente sometido obligándole a pagar tributos. ¿Organizó Él algún movimiento de liberación? No, al contrario. Eso era lo que los judíos esperaban, un rey que les liberara de la opresión romana. Sin embargo Él ni siquiera se opuso a pagar tributos al César.
Pobres: ciegos, viudas, huérfanos. Víctimas de una sociedad injusta. ¿Denunció Él a las autoridades civiles y religiosas de su tiempo forzándoles en el nombre de Dios a que solucionaran el problema de la pobreza? Él, nunca dijo: "llegará el día en el que no existan pobres sobre la tierra", sino: "a los pobres siempre los tendréis".

Cristo vino a anunciar un Reino que está en el mundo, pero que no es del mundo.
El mundo lucha por lo suyo, y lo suyo es crear sobre la tierra un paraíso terrenal.
Para la mayoría, en ese paraíso sólo caben unos pocos afortunados que han conseguido hacerse con el poder y el dinero.
Para otros, más solidarios, ese paraíso debe ser para todos los hombres que pisen la tierra.
Ni los egoístas ni los solidarios conocen a Cristo.

Yo tampoco soy de este mundo. Ni tampoco lo es todo aquél que haya sido sacado del mundo y le haya sido mostrado el Reino de los Cielos.
Somos extranjeros y no nos inmiscuimos en problemas que no son de nuestra incumbencia.
El mundo es un armazón inmenso que desconoce por completo la Verdad que viene de Dios, y que está sometido a unas leyes implacables, lo mismo que los astros, lo mismo que toda materia inerte.
Científicos, economistas, políticos: muchos quieren cambiarlo con herramientas humanas. ¿Cómo pueden cambiar aquello a lo que están sometidos?

Nosotros sólo buscamos el Reino y su justicia. Le dejamos al César que se ocupe él mismo de sus asuntos, y nosotros nos ocupamos de los asuntos de Dios.
Asunto de Dios es ese hombre concreto que sufre y que Él nos acerca para que podamos darle esa Luz que llena de sentido todo sufrimiento y que, a través de él, puede llevar a ese hombre al encuentro con el Padre.
Y así verdaderamente cambiamos el mundo, no desde arriba, donde están los gobiernos, que creen que son ellos los que gobiernan, pero que sólo son esclavos ciegos del príncipe del mundo, sino desde abajo, desde lo más insignificante, que es el corazón de un hombre que sufre.

Jesucristo levantó su oración al Padre y dijo: "no te pido por el mundo, sino por aquellos que me has dado".
Nosotros hemos de irradiar esa Luz que atraiga a todo aquél que sea capaz de verla, de reconocerla como su propia Luz. Recogemos del mundo lo que pertenece a Dios, y nos preparamos para irnos definitivamente a casa: a la Nueva Jerusalem, con nuestro Padre celestial.

Nosotros, extranjeros, sólo hemos de ocuparnos de mantener encendida la antorcha de la Luz divina allí donde quiera que Dios nos haya situado dentro del mundo: ya sea como dirigente, ya sea como subordinado, ya sea como amo, ya sea como sirviente.
Dios no aprueba la lucha del hombre contra el hombre, ni siquiera por causas razonables. El hombre lleno del conocimiento de Dios irradia una Paz que no es ofensiva sino para aquellos que odian la libertad.

No hemos de retar al mundo. Si en nosotros está la Paz que viene del Cielo, el mundo, por sí mismo, ya nos odiará. Y ese odio sin motivo es el que nos hace verdaderamente herederos de las promesas de Cristo.
Si el mundo nos odia porque arremetemos contra él, entonces ya tiene su justificación, no somos totalmente inocentes porque nos hemos sometido voluntariamente al juicio de Dios.
El hombre que alcanza el conocimiento de la Verdad no es sometido a juicio alguno sino que pasa de la muerte a la Vida. Y esto porque tampoco ha puesto a Dios como juez de sus actos, porque él no hace otra cosa que irradiar Paz, y ahí no cabe juicio. Sólo será juzgado aquél que pretenda echar abajo una cosa para poner en su lugar otra que, a su juicio, es mejor.

A través de la Paz del hombre asoma la Luz de Dios, y la Luz siempre denuncia porque hace que el Mal, que está escondido, salga al descubierto.
No luchamos, sino que denunciamos. Y ni siquiera denunciamos nosotros mismos, sino que es el propio Dios el que denuncia, con su Luz, a través de nosotros.
El mismo Cristo dijo: "ni siquiera os juzgaré Yo, sino que será mi Palabra la que os juzgue".

Si mantengo encendida mi antorcha, el mundo vendrá a por mí. Si me defiendo, mi antorcha se apagará. ¿Cómo puedo mantenerme unido íntimamente con el Padre de manera que mi antorcha nunca se apague?
En la desnudez, en la carencia, en el silencio y, sobre todo, en la oración.