KYRIE ELEISON

     

epílogo

   

INTERIOR Y EXTERIOR

      E

capítulo 09


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  El abismo que separa el Cielo de la tierra es el que separa el interior del exterior del hombre.
El Padre Dios que habla desde el interior profundo y el dios que habla desde afuera no están de acuerdo, no hay sintonía, y por eso el hombre lucha contra sí mismo y contra sus semejantes.
Hay un Padre Dios que nos dice a todos los hombres las mismas cosas, pero con el pecado original el Cielo cerró sus puertas, es decir, al hombre se le imposibilitó para poder escuchar dentro de sí y entonces se dedicó a vivir exclusivamente alimentándose de la realidad exterior.
La venida de Jesucristo al mundo tiene este sentido: abrir el interior del hombre para lograr nuevamente la unión con el Padre, y salvar así el abismo entre el Cielo y la tierra.

El mundo nos arrastra hacia el exterior, nos atrae hacia afuera, y en tanto que lo que está afuera no se corresponde con la voz interior del Padre, cada vez más el hombre rehuye la reclusión en su interior. No quiere enfrentarse al conflicto porque no tiene fe en que el Padre verdaderamente pueda sostenerle, prefiere agarrarse al mundo que, en alguna medida, ya le sostiene.

La historia de la salvación, desde el antiguo testamento hasta nuestros días, es el propósito del Padre por la reconciliación con sus hijos.
El hombre puede encontrar en su interior un alimento eterno que nunca encontrará fuera de él.
Jesús le promete a la samaritana un Agua viva que no se consume, en contraste con el agua del pozo que no puede saciar su sed definitivamente:
Es el Agua que mana desde dentro frente al agua que se bebe desde el exterior.

El Cielo está abierto, ¿cómo descubrir el Camino que lleva hasta él? ¿Cómo puede el hombre abrirle su interior al Padre?
Es necesaria una Palabra que despierte en el hombre la conciencia de esta realidad nueva.
Dice el Señor: "no sólo de pan vive el hombre sino de la Palabra que viene de Dios".
Desde el exterior nos llega una Palabra que está en verdadera sintonía con lo que el Padre nos dice desde el interior, entonces ese conducto hacia la eternidad se abre poco a poco, porque ya no hay conflicto: lo que llega desde afuera se corresponde con lo que resuena en nuestro interior.

Así el hombre establece nuevamente la unión con el Padre y encuentra dentro de sí toda razón de existencia. Este es el Reino de los Cielos que Cristo vino a anunciar. "El Reino de los Cielos está en lo profundo de vuestro interior".
A medida que esta unión es más plena, el hijo del Reino necesita menos del alimento espiritual exterior, y se convierte más en alimento espiritual para otros.
El torrente de Agua viva que mana dentro de sí le desborda, ya no tiene sed, sólo necesidad de ofrecerse y darse a los demás.

Es necesaria esa Palabra que resuena con la voz interior del Padre para que este milagro se produzca.
Luego, una vez que la Palabra ya esta dentro, mana desde dentro, el alimento que el hombre busca no es otro sino hacer la voluntad del Padre.
Como un niño que no desconfía ni se defiende porque está junto a su padre que le protege, el hijo del Reino tampoco necesita construir ningún armazón racional ni cultural ni ideológico ni social para sentirse seguro, porque no son sus ideas lo que le sostienen sino la presencia del Padre celestial.
 

Con el cuerpo sucede algo parecido que con el espíritu. No por comer mucho se está más sano. Es más, el obeso tal vez deba someterse a un régimen si no quiere enfermar.
Tampoco se está más cerca de Dios por el hecho de escuchar muchas predicaciones y leer muchos libros. Hay que escuchar, hay que dejar que la Palabra de Dios entre en nosotros, pero el objetivo final no es llenarnos de esta Palabra hasta reventar. Si en el hombre no se produce el milagro de la ruptura entre el Cielo y la tierra, toda esta Palabra será inútil.

En el mundo los hombres se reúnen en torno a ideales comunes. El colectivo se defiende a sí mismo, busca su integridad y su supervivencia, obedece siempre a un comportamiento que somete a cada miembro a unas leyes de las que él no se puede sustraer fácilmente.
En primer lugar vínculos afectivos entre los miembros del colectivo que obligan al hombre a relativizar sus posturas para acomodarlas al resto.
En segundo lugar, un rechazo inconsciente y a veces muy sutil y soterrado a todo lo que queda fuera de este colectivo.
En tercer lugar la continua retroalimentación que permita que ese ideal que les une no se muera.

No es éste el Reino de los Cielos que vino a anunciar Cristo. Las iglesias tienen más de colectivo humano que de verdadera expresión del Reino.
En muchas iglesias y grupos los hombres son bombardeados continuamente por una doctrina que les impide mirar a otra parte. Y esta doctrina debe ser recordada continuamente, su eficacia para transformar al hombre está basada en la insistencia y en el aislamiento.
Las comunidades no son libres y espontáneas, sino que se cierran cada vez más para que cada miembro no pueda ver otra cosa sino lo que allí se le dice.
Los instructores no se detienen a escuchar con humildad al aprendiz, sino que parten del hecho de que no puede saber quien no ha aprendido. Esto es cierto en los colectivos mundanos, pero no es cierto en el Reino de los Cielos. En el Reino, el aprendiz instruye al instructor, porque le ayuda a despojarse de ideas que se han enquistado en su corazón y que le impiden abrirse camino hacia el Padre.
En el Reino, el que menos sabe es el que más tiene que aportar, es el que más cerca está de Dios. Porque la mayoría de las veces lo que separa al hombre de Dios son precisamente sus conocimientos racionales sobre Dios.

La Palabra que nos viene desde afuera tiene su medida. Cristo la expresó de manera sutil, mediante símbolos, parábolas, comparaciones, y siempre añadía: "el que tenga oídos para oír, que oiga". No se trataba de instruir a nadie a la fuerza, sino de despertar dentro de cada hombre la conciencia del Amor del Padre.
Hombres que abandonan las iglesias y reniegan de todo lo que en ellas se enseña. ¿Apóstatas? No, porque no reniegan de Padre Dios, al que nunca llegaron a conocer, sino de una contradicción injustificable: ¿Qué sentido tiene sentirse despóticamente sometido a una verdad que, se supone, hace libre?
La Palabra que nos viene desde afuera limpia al hombre para que pueda ver. Una vez que él ha abierto los ojos ya sólo cabe un Instructor, un Maestro: El Cristo, que habla desde el interior dando Luz y Vida.