KYRIE ELEISON

     

epílogo

   

VERDAD DIVINA Y VERDAD RAZONABLE

      E

capítulo 10


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  La Verdad del Cielo y la verdad del mundo son opuestas. No se pueden combinar ni conjugar entre sí. Se repelen mutuamente.
Dice el Señor: "que vuestras palabras sean sí, sí, no, no. Todo lo que pase de ahí viene del Maligno".
La Verdad del Cielo es la afirmación pura o la negación pura. No caben términos medios. La Verdad del Cielo está sustentada por la fe.
La verdad del mundo se basa en el relativismo racional. Todo depende del punto de vista desde el cual las cosas sean observadas. La verdad del mundo depende en gran medida del consenso de una mayoría, está sustentada por la razón.

La Palabra que viene del Cielo es como una espada afilada que penetra al hombre traspasando su razón hasta tocar su interior profundo.
Las palabras del mundo a menudo son suaves, razonables, no hieren. Otras veces son agresivas, pero no taladran la razón, sino que se funden en ella, ya sea para ser aceptadas o para ser rechazadas.

Muchas veces el hombre intenta llevar al Cielo la verdad del mundo. Afirmaciones puras e inflexibles que no están verdaderamente sustentadas por Dios. De ahí el fanatismo, el fundamentalismo, el sectarismo, el autoritarismo. Todo eso está condenado a romperse y sucumbir, porque lo que es del mundo siempre termina por disolverse en él.
Una afirmación pura que no esté sostenida por Dios necesita ser continuamente alimentada y reforzada. Acaba por desgastarse y morir porque con el paso del tiempo pierde su razón de ser.

Otras veces el hombre intenta traer al mundo la Verdad del Cielo. Suaviza la Palabra que viene de Dios para que no hiera, cargándola de sentido común, de explicaciones razonables, de compasión mal entendida.
Esa palabra desvirtuada es ya una espada sin filo. No puede penetrar hasta el interior profundo del hombre, sino que se queda en la superficie.
Las ideas razonables pueden cambiar al hombre de lugar dentro del mundo, pero no lo pueden sacar de él.
Las ideas razonables pueden ser beneficiosas para el hombre en tanto que pueden ayudarle a situarse en posturas receptivas, pero nunca podrán mostrarle ninguna realidad celestial.
 

El mundo odia lo que no es suyo. Detesta la espada afilada que le penetra hasta su interior porque rompe su estabilidad.
Cuando un hombre se mantiene firme en unión con Dios, el mundo intenta encajarlo dentro de unos esquemas previstos para que no le hiera.
Se le ridiculiza o se le ignora. O bien se le deja solo para verle caer con el paso del tiempo. Se le intenta integrar en algún colectivo afín a sus ideas que pueda atenuar esa firmeza, un colectivo que le obligue a relativizar la Verdad que Dios ha puesto en su corazón.
Y en la inmensa mayoría de los casos esto se consigue.

La intimidad interior del hombre es el Templo donde Dios se le manifiesta y le habla con su Luz.
Muchas iglesias y grupos religiosos invaden esta intimidad con el objeto de arrancar la Verdad de Dios y situarse ellos en su lugar. Si alguien se les escapara ellos quedarían al descubierto, y eso no pueden consentirlo.
Muchas iglesias y grupos religiosos se mantienen en el autoconvencimiento de estar en posesión de la Verdad divina. Si un hombre está con Dios, pero no está con ellos, entonces se sienten desconcertados.
 


Dios no bajó hasta el mundo para integrarse en él, sino para sacar a sus hijos del mundo y llevárselos al Reino. No bajó para transformar al mundo.
Tampoco el hombre en el que Dios habita intenta transformarse a sí mismo.
Jesús de Nazaret bromeaba y reía, y también lloraba. No renegó de condición humana y así demostró que no es el mundo lo que nos impide llegar al Padre, sino que somos nosotros mismos los que, en nuestro empeño de escapar de lo humano, quedamos atrapados por el propio mundo.

El perfecto discernimiento entre lo humano y lo divino es lo que le permite al hombre encontrarse plenamente con el Padre e identificarse con Él.
Igual que Cristo encarnó al Padre, así mismo nosotros podemos encarnarlo por medio de Cristo. Y el Camino no es una lucha de destrucción, sino de discernimiento.
El que sabe discernir entre la Verdad del Cielo y la verdad del mundo, ése ha encontrado el verdadero Camino. Se ha encontrado con Cristo.

Jesucristo dijo: "el que no coma mi cuerpo y beba mi sangre no tendrá Vida eterna".
Esto no es razonable, y muchos de sus discípulos lógicamente le abandonaron.
Lejos de intentar explicar sus palabras, de hacerlas más comprensibles, invitó a los doce a que se marcharan también.
Sin embargo éstos, aun sin comprender, se quedaron con Él.
Jesucristo dijo: "el que no está conmigo, está contra mí".
La Verdad que viene del Cielo no admite relativismos ni términos medios: "os quiero fríos o calientes, pero a los tibios Yo los vomitaré de mí".
La tibieza es el hecho de intentar conjugar lo que no es conjugable: La Verdad del Cielo con la verdad del mundo.

El hijo del Reino no es beligerante ni intenta imponer a nadie sus criterios. No se desconcierta cuando se ve solo ni busca aliados para afianzarse en su fe.
La verdadera Iglesia de Cristo, como verdadera expresión del Reino de los Cielos que está en el mundo sin ser de él, está muy lejos de ser un colectivo humano de creyentes que comparten unas mismas ideas.
La verdadera Iglesia de Cristo es una comunión espiritual que los hombres no pueden ni ver ni manipular. No se puede medir, no se puede delimitar.