KYRIE ELEISON

     

epílogo

   

EL INFIERNO

      E

capítulo 11


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  Un rey recibió en audiencia a un emisario de una gran comarca que le decía que, en toda esa región, se pasaba mucha hambre y sed a causa de la sequía.
El rey se personó allí, y examinando la situación ordenó a sus obreros que construyeran un canal desde el río hasta aquella comarca, aun perforando montañas si ello fuera necesario. Y así se hizo.
Cuando los obreros del rey hubieron terminado, de la montaña que dominaba la región manaba mucha agua que bajaba por la ladera y llegaba hasta todos los rincones del poblado.

El rey se retiró satisfecho. Pero no hizo el rey más que desaparecer en el horizonte, algunos hombres se pusieron de acuerdo, levantaron una empalizada en torno al lugar donde manaba el agua, construyeron grandes presas y estanques, y dijeron a todo el pueblo:
"A nosotros se nos ha encargado la misión de distribuir el agua de manera que haya para todos y nadie quede sediento".
Y para que nadie abusara ni derrochara (según decían), cobraban por el agua, y la obsequiaban o la prohibían según los favores que recibían de cada ciudadano.
Y aquellos hombres comenzaron a enriquecerse y eran cada vez más poderosos porque tenían bajo su dominio lo más preciado por aquel pueblo: el agua.
Mientras tanto, el pueblo se veía cada vez más sometido, y los obstáculos para poder tomar del agua que el rey les había ofrecido eran cada vez mayores y más difíciles de superar.

Un día el rey recibió en audiencia al mismo emisario que había recibido tiempo atrás, y con la misma noticia: "tu pueblo pasa hambre y sed".
Volvió el rey de visita a la comarca y se asombró al ver todo aquello que se había construido en torno al manantial.
Llamó a los propietarios y les interrogó: "¿Quién os ha dado autorización para levantar esta empalizada?"
Ellos no contestaron nada. El rey continuó: "¿Quién os ha autorizado para almacenar el agua en presas y en estanques? ¿No abrí yo el manantial para que el agua llegara libremente hasta todos los ciudadanos de la región?"
Pero ellos continuaron en silencio.
 

De la tierra mana suficiente alimento como para mantener a todos los hombres dignamente. Y aun sobraría. Pero unos cuantos han levantado empalizadas y han construido presas y estanques. La riqueza que Padre Dios ha dado libremente para que todos sus hijos puedan vivir ha sido robada por unos pocos que la derrochan. Y se ríen, y se burlan de los que les denuncian. Y les hace mucha gracia oír hablar de Dios. Son muy inteligentes, lo tienen todo previsto.

Del Cielo mana un Río de Agua viva capaz de apagar la sed de Amor de tantos y tantos hombres sin esperanza, sin ilusión, inmersos en un consumismo que en realidad odian y que les lleva a la depresión.
Pero algunos se han encargado, con el pretexto de distribuirla equitativamente, de tomar posesión de la Verdad de Dios sobre la tierra.
¿Quién ha autorizado a nadie de tomar posesión de la Verdad divina?
Fundan iglesias en las que se hace entrega de la Palabra de Dios, pero a un precio muy elevado:
1) Hay que despreciar a las demás iglesias.
2) Hay que obedecer a los pastores y someterse a ellos.
3) Hay que atraer más adeptos.

¿Quién ha autorizado a nadie a acaparar y tomar posesión de las riquezas del mundo?
¿Quién ha autorizado a nadie a tomar posesión de la Verdad divina?
Esos hombres lúcidos e inteligentes serán los pobladores del infierno.


Parece una contradicción desear la salvación de todos los hombres y al mismo tiempo hablar de "pobladores del infierno".
Una cosa es condenar actitudes y realidades que son absolutamente contrarias a la voluntad de Dios, y otra cosa es juzgar y condenar a hombres concretos.
Lo primero es necesario y no debe estar mediatizado por lo segundo. El cristiano en ese sentido debe tener un discernimiento muy claro del Bien y del Mal.
Lo que está contra Dios debe ser firmemente denunciado. Cristo, testigo de la Verdad, en ese sentido nos dio un ejemplo de absoluto rigor. No admitía el más mínimo desliz. 

A las vírgenes necias se les cerró las puertas del Cielo sólo porque fueron a buscar aceite.
El rico Epulón no hizo nada malo sino comer y beber, simplemente se olvidó del pobre que tenía cerca de él.
Un invitado al banquete es echado fuera, a las tinieblas, sólo porque no iba correctamente vestido.
Al que devolvió el mismo talento que le fue dado no se le imputó otro delito sino el de haber tenido miedo.
Parece extraordinariamente severo el comportamiento de Dios, pero luego, cuando se le preguntaba "¿quién podrá salvarse?" Él respondía, "lo que para los hombres es imposible, para Dios, sin embargo, es posible".

A los hombres más descarriados Dios los ha convertido, a lo largo de la historia, en sus más fieles seguidores.
Una cosa es importante: Que nuestro deseo de la salvación de todos los hombres no nos lleve al engaño de relativizar la Verdad del Cielo suavizándola para que quepan más personas.
Dios es misericordioso, ama y protege a todas sus criaturas, pero nunca llamará al Mal Bien ni al Bien Mal. Él salva con su misericordia, pero siempre llama a las cosas por su nombre.

En cuanto a juzgar a hombres concretos, eso nos está absolutamente prohibido. Sólo Dios es Juez, sólo Él sabe lo que hay en el corazón de cada hombre, conoce la libertad de sus actos y, con su infinita misericordia, sabrá perdonar lo que, en rigor, tal vez sea imperdonable.
Yo, que he vivido muy lejos de Él y que he gozado de su infinita misericordia, doy fe de ello.