KYRIE ELEISON

     

epílogo

   

LA FE TIENE VIDA EN SI MISMA

      E

capítulo 15


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  La fe tiene vida en sí misma. Dios tiene Vida en sí mismo. La fe es pues la presencia de Dios en nuestro interior. No es un valor añadido al hombre, no es una cualidad adquirida, es Dios mismo que hace morada en nosotros.
El impulso que lleva a Dios a poseernos es un impulso de Amor. Así pues, la fe es la expresión del Amor de Dios en nosotros, en tanto que seamos capaces de aceptarlo y corresponderle.
El hombre que mantiene la presencia divina en su interior camina iluminado por una Luz que siempre señala en la misma dirección. De ahí que el hombre de fe no se deje zarandear por las circunstancias externas y permanezca fiel a unas promesas. No por su esfuerzo, no por su obstinación, no por unos criterios razonables, sino por una Luz que no puede ser oscurecida, porque tiene vida en sí misma.

El Amor del Padre no se consume en la propia fe del hombre, porque la fe no es un objetivo de por sí, sino un conducto siempre abierto que permite que este Amor se manifieste en el mundo a través de los hijos de Dios. Así, la caridad brota espontáneamente del hombre de fe, y éste es el fruto que el hijo de Dios está llamado a dar.
Así mismo, cuando la fe se tropieza con el relativismo del mundo, con obstáculos que las circunstancias levantan a lo largo del camino, entonces esta fe toma el nombre de esperanza.
El Amor es la semilla de la fe, y la esperanza es la expresión temporal de ésta.
Fe esperanza y caridad son tres dimensiones de una misma realidad: el Amor del Padre que hace morada en el corazón del hombre.
 

Del interior hacia el exterior, desde el contenido hasta su expresión en la forma. Éste es el sentido en el que todas las cosas logran su autenticidad, se sitúan en el sitio que les es propio y son eficaces al cien por cien de sus posibilidades.
Sin embargo el mundo tiende a invertir este sentido: parte de la expresión y luego le busca un contenido que la justifique.
Es la fascinación por la cáscara de las cosas, por la belleza de las formas. Y ahí nos adentramos en el mundo de las ideas y de los sentidos. Un mundo que se desgasta continuamente y que, por lo tanto, es insaciable.

Canta el salmista: "El Señor es mi Pastor, nada me falta".
El mundo canta, sin saberlo, todo lo contrario: "El Señor no es mi pastor, todo me falta, nada me llena".
Buscan la novedad, la sorpresa. Lo que ayer les fascinaba, hoy les aburre. Lo que hoy les arrebata el corazón, mañana lo dejarán de lado, lo tirarán como basura.
Y luego se justifican diciendo: "Estamos evolucionando".
La capacidad misma para fascinarse por la novedad y la sorpresa se consume, y el hombre entra en un estado de muerte espiritual. Llega el escepticismo, y a veces la depresión. No hay valores, no hay moral. No hay nada por lo que luchar. El destino es puro azar, lleno de peligros de los que hay que defenderse anticipadamente: miedo, inseguridad, desprotección. Un vacío interior tenebroso del que hay que huir como sea: "Mejor no pensar".

El que no haya sido nunca apresado por el mundo, no podrá entenderlo. El que no haya conocido a Dios, tampoco. Yo he estado dentro del mundo, hundido en él hasta el cuello, y Dios me sacó de allí y me enseñó la perspectiva contraria de las cosas.
Por eso yo no desprecio al mundo, porque tampoco creo que yo fuese digno de desprecio cuando estaba hundido en él.
Yo no tengo unas "luces" especiales que me permitan ver las cosas mejor que otros. Yo sólo soy un testigo de la Verdad: Las promesas de Jesucristo se cumplen, el que cree en Él puede alcanzar la Verdad que le hará realmente libre.
Y la libertad no es la satisfacción de todos nuestros caprichos, sino la felicidad, la inmensa Paz interior que se alcanza cuando nuestro corazón canta espontáneamente: "El Señor es mi Pastor, nada me falta".