KYRIE ELEISON

     

epílogo

   

RELIGIOSIDAD Y CRISTIANISMO

      E

capítulo 18


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  Desde que el ser humano apareció sobre la tierra, el universo entero tomó conciencia de la presencia divina. Porque Dios creó al hombre "a su imagen y semejanza". No solamente al pueblo judío, sino a todo ser humano que pisa la tierra.
A veces la idea de Dios se concreta en un ser que, de alguna manera, está separado de su obra. Otras veces la idea de Dios permanece fundida en la propia creación. No son descubrimientos distintos ni antagónicos, sino distintas formas de concebir y expresar el mismo descubrimiento.
El "Tao", principio indefinible, inexpresable, que da forma a toda la creación, debe ser el único tesoro del sabio. Expresado de otra manera: "Amarás al Señor tu Dios (el innombrable, pues Él se define a sí mismo: "Yo soy el que soy") con todo tu corazón, con todas tus fuerzas..."
Luego Confucio dice que "se debe amar al prójimo como uno se ama a sí mismo". Aquí ni siquiera hay que traducir las palabras, pues se corresponden literalmente con las de la ley mosaica.

El politeísmo es expresión de una visión difusa de la divinidad: aun no se ha alcanzado a concebir la absoluta Unidad de toda la creación. Todos los "dioses" están predestinados a fundirse en la divina recapitulación, o morir: "Tronos, dominaciones, principados, potestades, todo fue creado por Él y para Él y todo se mantiene en Él".
Por otro lado, el musulmán es el "obediente", el que obedece a Dios.
Desde un extremo en oriente hasta el otro extremo en occidente, el hombre que ha abierto su corazón en lo profundo a su verdadera razón de ser, siempre llega a las mismas conclusiones, porque Dios no es propiedad privada de nadie, sino que se manifiesta por igual en todos sus hijos, en todos aquéllos que saben escuchar dentro de su corazón.

La religión es una sola, y la expresión diversa de esta religión muchas veces no es más que un problema conceptual, lingüístico o de tradiciones sociales.
Los sistemas religiosos intentan mantener al hombre dentro de unos límites morales, es decir, intentan acomodar el movimiento de la humanidad dentro del sentido divino de la creación.
Si un hombre es capaz de identificarse con esa Unidad que abarca todo el universo, y si es capaz de comprender que su prójimo no es algo ajeno a él, sino que es una expresión de la divinidad tan valiosa como lo es él mismo, entonces está cumpliendo con la voluntad de Dios.
Da igual que lo haya descubierto leyendo la Biblia, o leyendo a Confucio, o a Mahoma, o a cualquiera de los hombres que han hablado con sinceridad, sensibilidad y pureza desde lo profundo de su corazón.
Y si no ha querido escuchar a nadie, pero él mismo ha abierto su corazón a la Verdad interior que existe en cada ser humano, estará igualmente cumpliendo con la voluntad divina aunque él se quiera llamar a sí mismo "ateo", o cualquier otra cosa. Las palabras no son tan importantes, son los frutos los que revelan la autenticidad de cada hombre.
Ya lo dijo Moisés cuando entregó las tablas de la Ley al pueblo: "Esto que Dios os manda, ya está escrito en vuestros corazones".

Con frecuencia se habla de la religiosidad natural en tono despectivo. Sin embargo el hombre religioso por naturaleza es el hermano del hijo pródigo, al que el Padre le dice: "Todo lo mío es tuyo".
Los preceptos morales y las pautas de comportamiento social de la religiosidad natural cristiano-occidental no son mejores que los preceptos morales y las pautas de comportamiento de la religiosidad natural oriental.
Si hay sinceridad, Dios se hace presente y bendice a todos por igual.
El que respeta el sentido profundo del universo concebido como una Unidad, y al tiempo es capaz de reconocer que su prójimo no es algo ajeno a él, sino otra expresión de sí mismo, a ése le dice el Señor: "Tú no estás lejos del Reino de los Cielos".
A partir de estos principios, cada cultura se ha desarrollado en unas costumbres y tradiciones que no son malas de por sí, pero que tampoco son esenciales. ¿Qué sentido tiene ir a imponerle a los hindúes nuestra peculiar manera de entender las cosas? Ellos ya han descubierto su propia manera de encontrarse con Dios. Tampoco nosotros tenemos por qué adoptar sus tradiciones. Cada cual tiene lo suyo, y todo es bueno cuando hay sinceridad y pureza de corazón.

Pero el término "cristiano" puede ser equívoco ya que tiene dos dimensiones bien diferenciadas.
Una cosa es crecer y multiplicarse, convivir y desarrollarse dentro de los límites de la ley de Dios, y otra cosa es trascender a otra realidad en la que no sólo no entorpecemos el sentido profundo de la creación divina, sino que nos entregamos a él enteramente y de manera activa.
Dice San Pablo: "...dándonos a conocer el misterio de su voluntad: ... recapitular en Cristo todas las cosas del Cielo y de la tierra."
Aquí entramos en una dimensión a la que ningún estudio filosófico, ninguna religión natural, ni oriental ni occidental, ha podido ni podrá nunca acceder por sí misma, por mucho que profundice en la verdad, por mucho que se deshaga de los afanes mundanos. Esto ya es pura iniciativa divina. Por eso Cristo se desmarca absolutamente de cualquier figura de sabio, iluminado, maestro, del pasado, del presente y del futuro.
El universo tiende a la Unidad, porque Dios es Unidad y todo tiende a Él. Pero esta recapitulación no puede ser diversa, no pueden existir diversos puntos de recapitulación, sino uno solo. De lo contrario no podríamos hablar de verdadera Unidad.

¿Por qué Cristo y no otra cosa? No existe respuesta a esta pregunta.
Yo conozco a mi Pastor y Él me conoce a mí. ¿Cómo explicar esto?, no existen palabras.
El mundo religioso se sumerge en un devenir indolente, en el que se pone límites para no ofender a Dios en la esperanza de algún día alcanzar la plenitud del Reino. Se deja arrastrar por Dios, se acomoda y se ajusta a la voluntad divina. Y no quedará defraudado en sus esperanzas.
Pero el cristiano en sentido estricto es otra cosa. No se deja arrastrar por Dios en contra de su voluntad, sino que asume la voluntad divina como algo propio, se pone de parte de Dios y arrastra al mundo hacia Él. Esto sólo se pueda hacer desde el Reino mismo, por eso dice San Pablo: "...nos ha trasladado al Reino de su Hijo querido..."
Pero esto no es signo de superioridad, sino de responsabilidad. Estar cerca de Dios, incluso fundido en Dios, no es un privilegio que le permita al hombre situarse por encima de otros, sino todo lo contrario, ponerse al servicio de los demás.

¿Dónde están los misioneros musulmanes, hinduistas o budistas ocupándose de atender a los que sufren fuera de sus fronteras?
Toda la preocupación de Dios por sus hijos que sufren se ha manifestado en el cristianismo. Y no está de más decir que, prioritariamente, estos misioneros han nacido en el seno de la iglesia católica.
Ya no se trata de extender sus ideas, como hacen, por ejemplo, los mormones, para crecer y fortalecerse. No digo que hagan mal, porque Cristo envió a sus discípulos a anunciar el Reino. Pero a veces el afán por extender la Buena Nueva puede mezclarse y ensuciarse en el afán de hacer crecer una determinada iglesia para conseguir poder en el mundo.
Y aquí hay que hilar muy fino para no confundir el interés por ayudar a los que sufren o están perdidos en un mundo vacuo, y el interés por conquistar adeptos para gloria de una determinada denominación religiosa.

Los taoístas hablan de la excelencia de la "inacción", del "no actuar". Un proverbio árabe dice: "Siéntate en la puerta de tu tienda y verás pasar el cadáver de tu enemigo".
El oriental quizá sea más espiritual, quizá tenga ideales más elevados y eternos, pero también, y por lo mismo, es más inerte. Le deja pasivamente hacer a Dios sin darse cuenta de que, en muchos casos, las manos de Dios somos los hombres.
Ellos, llenos de su espiritualidad milenaria, difícilmente pueden dejar rendijas en su corazón para permitir la entrada a una visión de una espiritualidad radicalmente distinta: Cristo.
Los hindúes se mueren de hambre glorificando a Dios. Esta actitud indolente no podría darse nunca desde la perspectiva del Reino.
Los judíos, que contaban con las escrituras y conocían las promesas de los profetas, tampoco supieron reconocer al Mesías.
Lo que está demasiado cerca, a veces resulta estar demasiado lejos. Por eso dice el Señor: "Muchos primeros serán los últimos, y muchos últimos los primeros."