KYRIE ELEISON

     

epílogo

   

LÍDERES RELIGIOSOS: OVEJAS GORDAS

      E

capítulo 24


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  Si cada uno de los cristianos del mundo no mirara a otro lado que a Cristo, no existiría desunión en las iglesias, no existirían las sectas, no habría tantos problemas de ortodoxia ni heterodoxia, ni muchos otros problemas que se nos presentan cuando contemplamos el panorama del cristianismo actual.

Si todos los cristianos del mundo miráramos exclusivamente a Cristo, entonces las instituciones y las jerarquías adquirirían su verdadero sentido y serían eficaces al cien por cien. Y desde luego que todos seríamos una sola Iglesia.
Hay muchos hombres que dicen actuar en el Nombre de Dios, y que levantan grupos e iglesias nuevas. Yo no niego que hagan una buena labor ni que Dios no esté con ellos. Pero desde luego que en la mayoría de los casos la función que realizan (o que otros realizan apoyándose en ellos) es la de desunión, la de incrementar la diversificación y el enfrentamiento.
Toda iniciativa que reúna a los hombres en torno a la adoración a Dios es buena y viene del Cielo, pero faltan verdaderos profetas que luchen por la conciliación.
La novedad no está en idear nuevas formas de afrontar el mensaje cristiano, la verdadera novedad sería reunir el rebaño de Jesucristo derribando los muros que nos separan y eliminando privilegios de autoridad sustentada por procedimientos institucionales.
La verdadera autoridad (y así lo demostró Cristo) no se fundamenta en situaciones de privilegio dentro de los armazones institucionales. La verdadera autoridad la da Dios a quien quiere, y sólo se sustenta en la solidez de un testimonio de vida y unas las palabras impregnadas de la Verdad revelada por el Espíritu Santo.
La verdadera autoridad nunca es impositiva, no amenaza ni discrimina, sino que se hace valer por sí misma.
Eso no significa que un jerarca no pueda tener autoridad, mas si la tiene no será por el lugar que ocupe dentro de la institución religiosa, sino por la autenticidad de su fe.
En este sentido, nuestro Papa Juan Pablo II es un ejemplo encomiable.

De verdad lo digo: Los pastores y misioneros se esmeran en atraer hacia Jesucristo a los hombres del mundo introduciéndolos en diferentes grupos e iglesias. Si las iglesias estuvieran unidas y pudieran con todo derecho ser llamadas en conjunto "La Iglesia", entonces se vería la inutilidad de tantas y tantas iniciativas que no hacen sino ofrecer más de lo mismo. Los hombres se sentirían espontáneamente atraídos. Ya lo dijo Jesucristo, que mantuviéramos la unidad para que el mundo creyera.
Miremos hacia el Islam. No puede compararse la profundidad del mensaje cristiano con el conjunto de leyes y normas de conducta en las que ellos se apoyan. Pero tenemos mucho que aprender de ellos. Todos miran hacia la Meca, y no encontraremos a dos verdaderos musulmanes que no se consideren hermanos.
Sin embargo las iglesias cristianas miran cada una a un sitio diferente. Nosotros los cristianos, que tenemos un mensaje muy preciso de Unidad, nos condenamos unos a otros, nos excluimos, nos tachamos de herejes, de renegados, de apóstatas y eso porque ya no quedan más "insultos bíblicos" que utilizar.
"¡Hay de aquél –dice Cristo- que llame a su hermano 'renegado', ése será merecedor de la Gehenna."
 

Moisés, Elías, otros tantos profetas. Figuras históricas que nos entusiasman. Retaban al poder con furia y eran capaces de arrastrar a todo un pueblo hacia Dios.
Ellos le abrieron el camino a Jesucristo, pero Él no se parecía demasiado a ellos.
Jesus de Nazaret era un hombre manso y humilde, que siempre decía la Verdad, aunque a muchos les irritara, pero que se hizo pasar por un hombre cualquiera, por uno de tantos.
Los hombres necesitan ver la presencia de Dios en un hombre de grandes aspavientos, un hombre que grita a multitudes con furia e impone un orden severo en nombre de Padre Dios.
Pero no está ahí la verdadera presencia de Dios. En la brisa encontró Elías la presencia de Dios.

Todavía las voces, las luces y los prodigios siguen siendo signo de la presencia de Dios. Voces, luces y prodigios pueden venir de Dios y también pueden no venir directamente de Él.
Dios no es un ser extravagante que se complace en dejar a los hombres boquiabiertos.
Lo prodigioso y lo natural, todo es por igual manifestación de la acción creadora de Dios, pero no todo conduce a Él. Lo "sobrenatural" no es sino aquello que está fuera de la coherencia de la esfera racional-vital en la que estamos presos, pero el hombre que se ha encontrado con Dios y ha escapado de la tiranía de esta esfera, no hace distinción entre lo natural y lo sobrenatural: todo es la misma cosa.
Con los milagros, Jesucristo sólo quería demostrar una cosa: Dios es fuente de vida que se manifiesta a través de la fe: el que cree en Él, vive. La curación física no es sino una muestra visible de la verdadera curación: la del espíritu. Multiplica los panes y los peces: la acción regeneradora de Dios no tiene límites.
No importa tanto el prodigio en sí como lo que representa, la lección que enseña.

El hombre que se ha encontrado con Dios vive en la sencillez. Es capaz de ver lo sobrenatural de todas las cosas, de las cosas que los demás ven como naturales, y observa con naturalidad fenómenos que para otros puedan ser sobrecogedores. Es capaz de discernir lo que es del Cielo y lo que es de la tierra, lo que es del César y lo que es de Dios. Pero el Cielo y la tierra, el César y Dios, están en todas las cosas, en las llamadas "naturales" y también en la llamadas "sobrenaturales".
Dijo Jesucristo que, en aquel día, algunos le dirán: "hicimos milagros en tu nombre", pero Él les contestará "no os conozco".
Los hechos prodigiosos no demuestran nada por sí mismos, son expresión de poder espiritual, pero en el mundo hay muchos núcleos de poder espiritual acumulado que no son expresión directa de la acción divina, sino que muchos de ellos les han sido robados a Dios para provecho de otros "dioses".


Por eso Jesucristo ha de ser el único punto de referencia en nuestra vida. Iluminados y visionarios que han vivido apariciones extraordinarias, que han sido capaces incluso de realizar proezas poco comunes, no deben ser despreciados de antemano ni tachados de farsantes, pero tampoco deben desviar nuestra mirada del único punto fiable de referencia: Jesucristo.
Y Jesucristo es mucho más que el personaje histórico, Jesús de Nazaret, del que la Biblia cuenta cosas también extraordinarias.
Si nos apoyamos en hechos históricos, nuestra fe siempre será débil, porque la historia es una realidad exterior a nosotros, y como tal no es infalible. Podemos "confiar" en que no hemos sido engañados, pero la fe es otra cosa muy diferente.
La verdadera fe se nos muestra en la exclamación de Pedro: "Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo."
No fue la carne la que le reveló esto a Pedro, sino el Padre celestial.
Tampoco nos vale el testimonio de Pedro por sí mismo. Esa exclamación ha de surgir de nuestro interior como algo nuevo y absolutamente nuestro.
Cuando la fe alcanza su plenitud, aun cuando nos pudieran demostrar científicamente que las escrituras estuvieran falseadas, nosotros seguiríamos creyendo. Porque nuestra fe no se sustenta en acontecimientos externos, en prodigios ni en el testimonio de iluminados o visionarios, sino en la iluminación directa del Padre que nos lo está diciendo al corazón.


Jesucristo es el único que convirtió la muerte en Vida. El que cree en Él puede comprobar constantemente, en lo cotidiano y en lo extraordinario, que, apoyado en Él, toda muerte experimentada sin resistirse a ella genera Vida.
No se trata de una explicación teórica que nos proporcione una esperanza y nos lleve al convencimiento de una vida ulterior, se trata de la constatación constante de que su mensaje de salvación se cumple en cada uno de nuestros actos, siempre que estemos verdaderamente apoyados en Él.