KYRIE ELEISON

     

epílogo

   

¡BUENA NOTICIA!

      E

capítulo 26


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  El niño asoma al mundo y para él todo es sorprendente. Se ve rodeado de luces y colores, de multitud de sensaciones siempre nuevas. Cada minuto de su vida es un nuevo descubrimiento, y parece como si en esta aprehensión expansiva no existieran límites.
Pero cuando se hace mayor, aparecen los obstáculos. Unas estructuras férreas impuestas por las instituciones sociales le impiden descubrir más allá de aquello a lo que él se siente interiormente impulsado. Entonces viene la rebeldía. Una rebeldía impregnada de idealismo puro y verdadero. El joven sabe interiormente que las cosas pudieran ser mucho mejores de lo que son, y las estructuras sociales que por un lado son necesarias para sostener un orden de convivencia, al mismo tiempo son un impedimento para alcanzar realidades sociales y personales mucho más auténticas.
Arropados por las leyes y los órdenes sociales, los gobernantes cometen injusticias que son clara y evidentemente injustificables.

Pero las instituciones sociales ya están preparadas para frenar y sofocar totalmente el idealismo juvenil. Saben cómo someter a los hombres de manera subrepticia, cómo salvaguardarse del impulso renovador natural en ser humano.
El joven se tropieza contra un muro demasiado alto, demasiado fuerte para él y su impulso idealista comienza a declinar. A cambio se le ofrece al joven una integración en una sociedad acomodada donde su ímpetu es canalizado hacia el consumismo y los placeres. Entonces, dicen, ya este joven es maduro, es una persona normal, integrada, tiene los pies en la tierra.

Pero hay hombres que no pueden resignarse, les es imposible porque interiormente arde un fuego en su corazón que ni el consumismo ni los placeres son capaces de sofocar.
Unos se alistan en partidos políticos que les plantan cara a los poderes oficiales.
Otros canalizan esta sinrazón de ser en la creación artística.
Otros se introducen en investigaciones espiritualistas y esotéricas
Otros caen en un escepticismo demoledor que con frecuencia lleva a la depresión o a la autodestrucción por medio de la droga o del desenfreno de los placeres carnales.
Otros, los menos, se encuentran de verdad con Dios.

Para éstos últimos es la Buena Noticia que Jesucristo vino a dar:
Fuera de este mundo, fuera de instituciones sociales, del consumo y de placeres, existe un Reino que es firme y bueno, y en el que todos los ideales encuentran una satisfacción real y plena.
No hay que renunciar a ningún ideal noble, por el contrario, allí todos los ideales nobles son bienvenidos y desde allí son impulsados y dan fruto sin límites. Y todo ello con el respaldo de la máxima autoridad del universo: Padre Dios.

¿Cómo acceder a este Reino?
Los hombres tienen mucho miedo a renunciar a su vida humana, porque no tienen constancia por propia experiencia de que exista Vida plena dentro de ellos.
Jesucristo dio testimonio de la existencia de la Vida dentro del hombre, y trazó un Camino: a través de la muerte por Amor se alcanza la Vida.
No sólo como una ilusión de futuro en la que, según nos cuentan (y es verdad lo que nos cuentan), algún día seremos todos felices en el Paraíso celestial.
Jesucristo vino a instaurar el Reino aquí y ahora. Y no hay que esperar a morir físicamente para poder conocerlo y entrar en él.

Ésta es la experiencia de todo aquél que se ha encontrado realmente con Jesucristo: El que renuncia a su vida y la ofrece por Amor a los demás, ese renace inmediatamente en otra realidad superior e indescriptible. Y tanto más muera a manos del mundo social-material, tanto mas resucita en un Reino nuevo y espiritual.
No se trata de refugiarse en colectivos que se desarrollan al margen de la sociedad, ni de practicar ritos mágicos y alucinantes.
Se trata de una experiencia sencilla, cotidiana, que pasa casi desapercibida para el resto del mundo.

En el que muere por Amor, en él se encarna el Cristo.
Ser cristiano no es necesariamente creer en un personaje histórico, Jesús de Nazaret, ni pertenecer a ningún colectivo concreto. Ser cristiano es vivir día a día la extraordinaria experiencia de la muerte por Amor que conduce a la Vida.
Así, la Vida eterna ya no es una convicción ciega que es necesario mantener a base de esfuerzos y, muchas veces, cerrando los ojos a las ideas contrarias que nos acosan. La Vida eterna es una experiencia real que el hombre empieza a conocer desde el momento en el que el Cristo se ha encarnado en él.
Lo que ocurre en lo pequeño, igualmente ocurre en lo grande porque todo, lo pequeño y lo grande, obedece a las mismas leyes.
Si muriendo por Amor en lo pequeño encuentro Vida dentro de mí, muriendo totalmente en lo físico, también totalmente viviré en la Vida. Es la experiencia cotidiana de esta realidad la que hace nacer dentro mí la certeza profunda e inefable de que esa Vida no se consume, porque tanto más se la intenta destruir, tanto más plena se hace.