KYRIE ELEISON

     

epílogo

   

OBEDIENCIA Y SOMETIMIENTO

      E

capítulo 27


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  Dos hombres no pueden encarnar al mismo Cristo y seguir siendo individuos independientes e irrelacionados entre sí. Esto es imposible.
Si dos hombres han encarnado al Cristo, entre ellos existe una comunión imposible de romper.
Ésta es la verdadera y única Iglesia de Cristo: la comunión profunda e inexpresable que existe entre todos los hombres que han descubierto la Vida a través de la muerte por Amor y que, de esta manera, han encarnado al Cristo.
La Iglesia de Cristo, el Reino de los Cielos, la Comunión de los santos: todo es la misma cosa. Diferentes maneras de expresar la misma realidad o, si se quiere, diferentes aspectos de esta realidad.

Éste es el oro que no adquiere ni pierde valor por el hecho de que exista o no dinero que lo represente.
Ésta es la auténtica voz del corazón que no es más ni menos auténtica por el hecho de que existan o dejen de existir ideas que la expresen.
Ésta es la verdadera Asamblea celestial que no es ni más ni menos por el hecho de que existan o dejen de existir instituciones religiosas sobre la tierra.

Pero todo valor interior debe tener una expresión exterior.
La realidad exterior y la realidad exterior no son dos cosas que transcurran independientemente, sino que se transforman constantemente en la búsqueda de la identidad de la una conforme a la otra.
Una experiencia vital profunda aflora en actitudes y también en ideas, se quiera o no se quiera.
La Asamblea celestial tiene su expresión: las instituciones, las iglesias, los grupos religiosos, la vida monacal, las misiones evangelizadoras. Todo es necesario, es bueno, debe existir.
Pero de la misma manera que el dinero no puede arrebatarle su valor al oro, ni las ideas pueden arrebatarle su valor a la voz del corazón, tampoco las iglesias, grupos humanos, pueden apropiarse de la realidad celestial del Reino.

El Reino de los Cielos es un Reino de sacerdotes que reinan sobre la tierra, y el que quiera ser el primero que se ponga en el último lugar, que se ponga al servicio de todos los demás.
El que no es sacerdote no es verdadero cristiano, porque el Cristo es el único Sacerdote por derecho propio, y sólo el que encarna al Cristo pertenece al Reino. Y el que encarna al Cristo, ya es sacerdote, obispo y Papa.
Ni un sacerdote encarna al Cristo por el hecho de haber sido nombrado para ese cargo, ni un musulmán deja de ser sacerdote si realmente ha descubierto en su interior la Vida que se alcanza mediante la muerte por Amor.

Las instituciones son buenas, las jerarquías son necesarias, pero también es necesario discernir lo que es del César y lo que es de Dios. El símbolo no puede apropiarse del valor de aquello que representa.
Dentro está el sometimiento, fuera está la obediencia.
El hombre, interiormente, sólo debe someterse a Dios, pero debe obedecer en su exterior, porque si bien el símbolo no vale por sí mismo, también es verdad que derribando símbolos matamos valores profundos del interior humano.
Si agredimos la expresión de lo auténtico, estamos agrediendo la autenticidad misma.

La espada que Cristo pone en las manos de sus siervos es muy afilada, pero nunca corta a destajo.
El trigo y la cizaña crecen juntos, pero el Amo no quiere que ni una sola espiga de trigo se pierda, por eso ordena que no se arranque la cizaña. Ya llegará el tiempo de separar lo auténtico de lo postizo.
Malo ensañarse contra las iglesias, contra las jerarquías, contra las instituciones religiosas. En ellas muchos hombres encuentran cobijo, allí yo mismo me encontré con Dios.
Malo dejar que los hombres se apropien de una autoridad que nadie les ha dado, sino que las mantienen apoyados en las instituciones, y a su vez en interpretaciones bíblicas muy desafortunadas.

Todos somos sacerdotes, pero, de entre nosotros, sólo uno debe presidir la asamblea. Todos estamos conformes porque nadie ha intentado someter a nadie.
Todos somos obispos, pero uno solo debe haber que administre los asuntos institucionales de una diócesis. Todos estamos conformes porque ése, al que se le ha encomendado esa misión, se ha puesto al servicio nuestro y ha dedicado su vida a ello.
Cada verdadero cristiano es Papa, pero uno solo debe ser símbolo visible de la unidad de las iglesias, de la asamblea terrenal de los justos que buscan a Dios. Pues si el Papa no fuese uno solo, ¿qué clase de unidad estaríamos mostrando ante el mundo? Y todos estamos de acuerdo porque ése, que ha aceptado esa misión, está ofreciendo su vida para otros puedan vivir.

La espada que Cristo pone en las manos de sus siervos es muy afilada, así puede cortar con precisión lo podrido dejando intacto lo sano.