KYRIE ELEISON

     

epílogo

   

IDEOLOGÍA Y VIVENCIA

      E

capítulo 28


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  La lucha de ideas llega a ser una lucha golosa, pero que siempre conduce a la irrealidad. Las ideas, para poder afianzarse, se apoyan en argumentos y se unen a otras ideas para llegar a formar una especie de conglomerado tan duro como frágil.
Éstas son las ideologías, que hacen que los hombres se encierren en grupos, se enfrenten unos a otros, y así queda separado lo que debería estar junto y queda agrupado lo que no está en verdadera sintonía.
Cuando Dios ilumina el corazón de un hombre y éste es capaz de ver con nitidez la realidad profunda de las cosas, espontáneamente surge una expresión: palabras que encierran ideas y que intentan servir de vehículo de comunicación con otros hombres.
Desde el corazón de un hombre hasta el corazón de otro.
Pero cuando la vivencia interior, la Luz original que suscita la expresión no llega a conmover el corazón del otro, es fácil caer en la inutilidad de la lucha ideológica. La vivencia interior (que es el verdadero y único valor) es dejada de lado y el protagonismo lo toma la idea en sí. Al final los hombres terminan luchando sólo por tener razón. No por comunicar la verdad, sino por tener razón.
Ante esto, el cristiano da media vuelta, se limpia el polvo de sus sandalias y se marcha a otra parte.
Las cosas se dicen una sola vez, y el que tenga oídos para oír, que oiga.

Cuando una cosa no está en sintonía con la Verdad, no es necesario derruirla a base de golpes. Tantos más golpes se le dé, tanta más entidad tendrá. Luchando contra el error obstinado lo estamos alimentando.
Lo que no está en sintonía con la Verdad se viene abajo por sí solo.
El trigo y la cizaña crecen juntos. Aquellos que nos hemos consagrado al servicio de Dios inmediatamente caemos en la tentación de querer arrancar la cizaña para que en los campos de Dios sólo brille trigo limpio. Pero Dios nos llama y nos dice: “Dejemos crecer juntos el trigo y la cizaña. Cuando llegue la siega separaremos lo uno de lo otro.” Porque Dios no quiere que ni una sola espiga de trigo se pierda.
La lucha del siervo de Dios siempre va acompañada de la escucha atenta y silenciosa de la Voz del Señor, que sólo le habla al hombre en su interior profundo.
Ni voces que atemorizan, ni ráfagas de luz que golpean, ni apariciones fantásticas. La voz divina es como un susurro que no se articula en palabras y ni el propio hombre sabe cómo es posible comprenderlo, pero lo comprende. La Luz divina es como estar encerrado en una habitación oscura y observar un hilo de luz finísimo que penetra a través de la rendija de una ventana. Por eso es necesario estar en silencio y a oscuras para poder escuchar la Voz de Dios y ver su Luz.

El comunismo soviético luchó contra las diferencias de clases, contra la injusticia social, contra la pobreza de unos frente a la sobreabundancia de otros.
Todo estuvo bien, todo era justo y todo nacía de una llamada divina en el corazón de los hombres. Pero fracasaron, porque le dieron más importancia a la idea misma que al propio germen de la idea.
No basta conocer la Verdad para poder vencer a la muerte, es necesario que todo nuestro ser, hasta el último rincón del espíritu, esté impregnado de la Verdad.
No basta estar en la Verdad para tener asegurada la victoria en nuestra lucha. No basta “estar”, es necesario “ser” Verdad.
Por eso Jesucristo nos habla del rey que antes de declararle la guerra a su enemigo, mira su propio ejercito, cuenta sus soldados, y luego hace cálculos, no sea que, por haberle declarado la guerra, vaya finalmente a quedarse sin nada. ¡Aun en el caso de que esta guerra fuera justa!
Tampoco Jesucristo se expuso a las agresiones de sus perseguidores hasta que no llegó su hora. Se escondía e incluso huía de ellos. Cuando el Padre y Él alcanzaron la perfecta unidad, entonces es cuando había llegado el momento de dar la vida para recuperarla luego, y así dar testimonio de la victoria del Amor sobre la muerte, y de abrir el Camino entre el Cielo y la tierra.