KYRIE ELEISON

     

ESPÍRITU

   

 

      E

libro 2 - epílogo


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  No le es bueno al hombre introducirse en lo tenebroso del bien y el mal. Analizar el mal es acercarse a él, es darle vida en nuestra atención, en nuestro impulso. Es bueno regocijarse en la maravilla de la creación, porque todas las leyes de todos los órdenes nos acercan a Dios. Pero cuando se rebasa el plano de la exaltación de la belleza y se entra en el de la moral, el juicio y el castigo, nos exponemos a nosotros mismos a ser juzgados y castigados.
Analizar las cosas es intentar ponerse por encima de las cosas mismas. Es lícito analizar lo contradictorio que nos retiene en la oscuridad, pero no le es lícito al hombre, analizando, intentar ponerse por encima del bien y del mal. Ver el Mal cara a cara, y verlo dentro de mí mismo es una experiencia que no quisiera volver a vivir nunca otra vez en mi vida. Oré como pocas veces lo había hecho, entonces el Padre me miró y yo quedé dormido. Luego vino el Hijo a acompañarme en mi sueño. El Espíritu Santo en ningún momento se alejó de mí, porque, ante el Mal, oré con la convicción de que Dios me escuchaba y no me abandonaría nunca. Esta convicción sólo puede venir del Espíritu Santo.
Así que Dios está conmigo, y lo sé porque lo percibo con más nitidez que cualquier percepción mundana. Lo que el mundo nos muestra puede ser o no ser, porque la percepción de las cosas del mundo no está sustentada por la fe sino por una suposición de la que generalmente no admitimos réplica, pero suposición y no fe.
Y es mi fe la que me salva: la fe es el Amor que en mí ha anidado y el Impulso hacia Dios. Y esto ordena todo mi ser fuera de este mundo situándolo allí donde yo lo he proyectado: Las promesas de nuestro salvador Jesucristo: “Quien crea en mí, no morirá eternamente”, y “El que venga a mí, yo no lo echaré fuera”.
Así que mis dolorosas vivencias en el segundo libro de esta obra no son para mí motivo de tristeza ni oscuridad, sino de alegría por el descubrimiento de aquello que me apartaba de Dios y yo no lo sabía. Entonces ya puedo estar aun más cerca de Él.
Y me sorprendo de no haber sido capaz de entender estas cosas desde un primer momento, ya que todo lo que ahora veo, ya lo había escrito antes en el libro mismo. Y mucho más tengo que aprender de él, porque escribí más de lo que realmente entendía: hay más profundidad en lo escrito que en mí.

Con un espíritu de alegría y sencillez, quiero abordar el tercer y último libro de esta obra, en el que ya no me sumergeré más en las profundidades de los triedrasmas ni entes que se defragmentan, y no porque esto no sea verdad, sino porque es algo que no puede mezclarse con el misterio de la salvación ya que significaría un intento de descifrar la salvación misma, ponerse por encima de ella, y quedar, por lo tanto, excluido de ella.
Hablemos pues de Luz, Amor, paz y encuentro con Dios.