KYRIE ELEISON

     

ESPÍRITU

   

 

      E

libro 3 - capítulo 17


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  La palabra “cosmos” no tiene en realidad otro contenido que el que queramos asignarle. Llamarle a la creación “cosmos” no es de por sí un error, siempre y cuando dentro de esta concepción cósmica quede bien definido el principio de oposición entre Cielo y tierra en cuanto a su naturaleza.
Cuando hablo del error de reducir la creación al cosmos me refiero exactamente a lo que expreso. Yo no pretendo indicar la forma correcta de utilizar las palabras, sino que las mismas palabras encuentran su delimitación conceptual en la relación de unas con otras al utilizarlas. “Cosmos” es orden en oposición a “caos”, que representa absoluto desorden. Pero el principio del Cielo no es el orden, sino el impulso movido por el Amor, y el orden celestial está supeditado a él. Sólo por eso digo que el Cielo queda fuera del cosmos.
Pero en la creación existe un orden global que incluye el Cielo y la tierra. La idea de que las cosas se elevan uniformemente desde el “ser sin nombre” hasta Dios no es inexacta. Existe una trascendencia paulatina del orden cósmico al orden celestial, que no sólo se presenta en el hombre a modo de punto de inflexión, sino que estaba ya implícita en el primer impulso del “ser sin nombre”.
Sin embargo la Verdad no se manifiesta como algo relativizable, sino que siempre obedece al sí y al no. Las cosas o son, o no son, esto no se puede relativizar. Pero al expresar la Verdad nos tropezamos con el lenguaje. La Verdad se nos revela muy fácil de entender, y muy difícil de hacerla entender.
El impulso espiritual del ser humano es descendente y el de los órdenes vitales inferiores, ascendente. Esto no se puede relativizar, porque si un animal obedece al impulso espiritual descendente, ya es humano, pero yo no entro en estas cuestiones porque no me pertenecen a mí y por lo tanto el Espíritu no me habla de ellas. Si yo entro en un animal para descubrir el sentido de su impulso espiritual, ya he perdido mi propia referencia y asumo la del animal. Entonces los conocimientos se vuelven caprichosos y contradictorios, porque el observador no permanece en sí mismo sino que se desplaza. Si pretendemos conocer una cosa observándola desde el mayor número posible de puntos de vista, la desconectamos por completo del orden al que pertenece, y construyendo una verdad, eclipsamos la Verdad. No importa el punto desde el que se observe, lo importante es que sea siempre el mismo.
Por eso, el conocimiento de las cosas no eleva al hombre, sino que lo diluye en las cosas, y tanto mayor sea este conocimiento, tanto menos es capaz el hombre de alcanzar la Verdad, porque se sumerge cada vez más en lo complejo y se aleja de lo simple. Lo complejo surge de la multiplicidad de la referencia. Nada hay de verdad en una cosa que no se manifieste en su relación con todas las demás, y no se pueden relacionar todas las cosas entre sí desde otro punto de vista que no sea desde la unidad del que las observa. La Verdad no está en las cosas sino en el hombre mismo, y desde la perspectiva de la unidad de sí mismo todo lo demás se sitúa según su naturaleza.
Por eso la Verdad no es un conocimiento, sino una intención. Al recogerse el hombre en su unidad dándole por lo tanto la máxima pureza a su impulso, todo se vuelve diáfano. El impulso alcanza su máxima pureza cuando se dirige al Ser Uno y pleno. Entonces el hombre alcanza la Verdad. Y entiende el universo ya no como una información que resuelve sus dudas, sino en una plácida observación en la que cada cosa que es, se manifiesta tal cual es.

Cuando el hombre ama a Dios sobre todas las cosas, amando la Unidad se hace uno, y dirige con la máxima eficacia su impulso desde su unidad a la Unidad de Dios.
Esto, que es la Verdad plena, se puede expandir o permanecer comprimido. Pero no es por eso ni más ni menos Verdad. El hombre que siente la plenitud de estar exactamente donde corresponde a su naturaleza, siente la necesidad de Amar, hasta el límite y sin condiciones, y reconociéndose a sí mismo en todos y cada uno de los hombres, se da cuenta de que Dios está en él cuando él está en los demás. Entonces tiende a expandir la Verdad para que se adueñe de la tierra.
Todo hombre tiene siempre la Verdad al alcance de su mano. El hombre no trasciende de lo cósmico a lo celestial por la sutileza de sus conocimientos sino por la eficacia de su ser. Allí donde se estudian las cosas de Dios es donde menos probabilidad existe de encontrar a Dios. Yo mismo me alimento en el Amor para poder hablar de estas cosas, pero el hablar de ellas no me une a Dios: El Espíritu me llama continuamente al silencio y a la oración. Y esto porque al hablar de lo que es Verdad, reflexionar sobre ello y convertirlo en conceptos para poder expresarlo, ya se deshace en el impulso, que deja de ser pleno en Dios, y que se debilita en el orden de lo que escribo. Pero en esta expansión, cumplo también con la voluntad de Dios.