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himno de la renovación

Salmo 138

Te doy gracias, Papá, de todo corazón, pues Tú has escuchado las palabras que, en el silencio, mi corazón ha pronunciado día y noche. En la Comunión de los Santos comparto mi regocijo mientras penetro en el Templo santo de mi interior donde Tú habitas.
Lo que Tú me has mostrado supera todas mis expectativas. Tus regalos son cien veces más grandes de lo que a mi débil fe correspondería, porque Tú siempre te mueves en el Amor, y no pones límites ni medida a tu misericordia.
El día en el que grité atrapado en mi prisión, todas las puertas se abrieron. Y no sólo yo: Lo hemos comprobado todos los reyes de la tierra, los hijos de tu Reino, y cantamos con lágrimas en los ojos: “¡Qué grande es la gloria del Amor de nuestro Padre, que protege al humilde de la enajenación del soberbio encaramado al poder mundano!”
Si ando en medio de angustias, Tú me das Vida, y frente al rechazo y al desprecio de los que me desean el mal, Tú extiendes la mano y todos los peligros se desvanecen.
Mas que no sea siempre así, Papá, para que mi vida no sea basura que haya que desechar cuando se marchite y muera, sino que te pido que compartas conmigo tu Vida, para que pueda llegar el día en el que los que me rechazan, me desprecian y me desean el mal consigan derribarme, y así, por tu Justicia, la Vida que contigo comparto alcance su plenitud. Pues sólo así los débiles podrán dar un paso más hacia ti a pesar de los que los oprimen haciendo uso de tu santo Nombre.
Mi Padre lo acabará todo por mí. ¡Papá, es eterno tu Amor, no dejes la obra de tus manos!

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