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25/10/2005

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el grano de mostaza

006

La materia busca el reposo en lo estático, por eso genera ciclos cerrados, para someter al movimiento. El espíritu busca el reposo en el impulso vital: El espíritu rompe los ciclos y siempre genera algo nuevo.
El comportamiento de lo material se puede racionalizar y reducir a leyes matemáticas, pero el comportamiento del espíritu es inasible, pues no se puede atrapar el movimiento sobre el movimiento.

El tiempo todo lo erosiona, y lo que primero destruye es lo estático. El tiempo cierra los ciclos cada vez más hasta hacerlos desaparecer. Pero el tiempo no puede erosionar al movimiento que se levanta sobre el movimiento.
Lo que está asido al espíritu no necesita ser grande, porque no está en pugna directa contra ninguna otra cosa, al contrario, es el eje del movimiento de todo lo demás. Pero lo que nace de la materia precisa ser grande para poder competir contra todo lo que se le oponga.

El Reino de los cielos no está en pugna contra el mundo. Es el tiempo, y no el Reino, el encargado de destruir todo lo que no se desplaza en armonía con Impulso vital que surge del centro del universo.
El Reino de los cielos nace de una semilla pequeña, y crece en el silencio. No se puede racionalizar, pues no describe ciclos concéntricos, sino que siempre aparece y reaparece de la manera más insospechada.

Los suntuosos ornamentos de las iglesias son como un cofre que, por vanidad, se cree más valioso que el tesoro que encierra. Tanto más grande y más aparatosa sea una iglesia, tanto menos manifiesta la presencia del Reino sobre la tierra.
El Reino se desplaza en el silencio y no se hace notar, sino que deja que el tiempo haga su trabajo.
El hijo del Reino da un testimonio que el mundo no puede comprender, porque el mundo sólo comprende aquello que es capaz de racionalizar. El movimiento sobre el movimiento le desconcierta y lo rechaza.

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