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El anhelo justo del hombre de corazón limpio es la oración más eficaz que existe, aunque no se articulen palabras. El hombre cuyo interior es limpio no violenta las cosas, sino que sabe instintivamente que no existe anhelo justo que no mueva el universo.
El pensamiento muchas veces rompe esta sabiduría instintiva conduciendo a la premeditación. Entonces se levanta la oración a Dios para pedir lo que realmente no se necesita, y se justifica un deseo apoyándose en preceptos aprendidos cuando en realidad la conciencia advierte que ese deseo no brota de una necesidad pura y verdaderamente justa.
Y aun ante una causa de verdad justa, el pensamiento la deforma satisfaciéndola en la fantasía. Entonces se hace un uso premeditado de la justicia divina en lugar de dejarse conducir por Dios. Esta premeditación ciega al hombre, que espera de Dios lo que nunca le será dado.
Muchas veces orar es callar, es silenciar la mente. El anhelo, solo él, es el grito más nítido, más perfecto, y que con mayor eficacia hace que el oído de Dios se incline hacia el hombre.
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