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El ser humano no puede abarcar las leyes eternas con su inteligencia, pues éstas llegan mucho más lejos de lo que es su expresión humana, pero nunca resultan caprichosas ni misteriosas para el hombre que posee la Luz de Dios.
La ley eterna se caracteriza por una cosa: Lleva por el camino de la perfección a través de la conversión. Una ley que no es motivo de conversión sino que simplemente establece límites en el comportamiento humano por razones personales, sociales, u otras, podrá ser conveniente en un momento dado pero no puede ser ley eterna.
El dogma pretende ser verdad inmutable y, por lo tanto, eterna. Si un dogma no conduce al ser humano a un mayor perfeccionamiento espiritual, ni es verdad inmutable, ni viene de Dios. Dios no se entretiene en informar al hombre de realidades espirituales estáticas que no motiven un cambio en su interior.
Los dogmas que establecen situaciones de privilegio para unas personas frente a otras, o que describen una circunstancia concreta relacionada con un personaje histórico, éstos que podrían ser definidos como “dogmas informativos”, ninguno estará jamás refrendado por Dios.
La presencia de Dios en el interior del hombre le permite a éste comprender el significado inabarcable de una ley eterna. Entonces el hombre es capaz de relacionar todas las leyes hasta comprenderlas como una sola Ley inexpresable pero inteligible dentro del límite de lo humano.
Ésa Ley que no es caprichosa ni misteriosa, que se puede desglosar en muchas expresiones diversas sin perder su unidad, y que llena al ser humano de Paz, de sabiduría, y que le transforma interiormente sin agotarse, esta Ley viene de Dios.
Todo lo demás no es sino prepotencia del hombre que toma lo suyo y lo pone en boca de Dios sólo para obligar a sus semejantes a obedecer según sus propios criterios.
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