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PALABRA

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20/11/2005

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ovejas y cabritos

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Las verdades materiales siempre son relativas, porque el contenido está preso en la expresión. Lo que la razón es capaz de abarcar no puede pretender ser superior a la razón misma.
La Verdad que viene del Cielo no es relativa, y por eso no es delimitable mediante una expresión bien definida. Sólo es posible sugerirla, no es posible comunicarla. Sólo es posible intentar despertarla en el corazón de los demás, pero, en definitiva, sólo se llega realmente a ella a partir de la propia experiencia.
Y aun cuando en el corazón del ser humano esté despierta la conciencia de la Verdad divina, la forma de concebirla siempre deberá ser desechada y rehecha, en cada momento de la vida. No existe una expresión verdadera de la Verdad absoluta.

La Palabra de Dios no puede ser atrapada.
Palabra de Dios puede ser el silencio. Pues la comunicación sutil que despierta al espíritu dormido no siempre se logra con la información que procede del exterior.
Dios calla más de lo que habla. Reconoceremos al sabio más por su silencio que por sus palabras.
Cuando la insólita tormenta se desata sobre nuestras cabezas, los habrá que rían por disimular su miedo, los habrá que lloren por temor a la muerte.
El hombre de Dios permite que la tormenta le arrebate todas sus pertenencias, y de esta manera da fe de que sus palabras no eran simples ideas elaboradas en la mente, sino expresión verdadera de la realidad íntima de su ser.

La tormenta llega y deja al hombre desnudo: Desnudo de amigos, denudo de ideas, desnudo de conocimientos, desnudo de seguridad en sí mismo.
El que conozca la desnudez no se asustará.
Conoce la desnudez el que se ha deshecho de sí mismo: El que no ha mirado su propia conveniencia, sino que ha dado de comer al hambriento, de beber al sediento.
El que no se ha deshecho de sí mismo no conoce la desnudez: ése es el que verdaderamente está desnudo. Ya no tiene recursos para disimular sus vergüenzas, ni tan siquiera en un alarde de indiferencia y desprecio.
Las religiones inculcan ideas. La insólita tormenta desnuda al ser humano incluso de esas ideas. Si éstas dejaron en el ser el sedimento de la Verdad, entonces ya las ideas no importan. Si no dejaron sedimento, no habrá entonces religiosidad ni creencias que libren al hombre de la angustia y de la muerte.

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