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Si Abraham no hubiese creído en la promesa de Yahvé, y no hubiese esperado durante años sin apoyo racional alguno, ¿hubiese nacido Isaac?
Si el pueblo judío no hubiese esperado durante siglos al Mesías, si se hubiese hundido en sus fracasos y por la esclavitud a la que fueron sometidos, ¿hubiese nacido Jesús?
Las cosas suceden porque alguien tiene fe en ellas, y el hecho de que las cosas vayan a suceder suscita la fe de los hombres. Es un diálogo entre la realidad tangible y la realidad espiritual. Lo que el hombre forma en su interior llega a materializarse siempre que goce del apoyo de la perseverancia en la fe.
Pero la fe no es una convicción que pueda mantenerse a voluntad. ¿Por qué un hombre es capaz de perseverar en la fe, contra toda lógica, para con una determinada promesa y no para con otras? No basta con “querer creer”, es necesario “poder creer”.
La fe la da Dios y la acepta el hombre. Ambas cosas al mismo tiempo.
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