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Dentro de la oscuridad tenebrosa, la pequeña luz de una vela es como la inmensa Luz de la esperanza.
En medio del desierto solitario del silencio, un débil susurro es sin embargo como un grito de alegría, una promesa de compañía.
Cuando se está desnudo, cualquier trapo puede ser un abrigo.
¿Por qué la Navidad no llena el espíritu de los hombres?
Porque las luces de colores del consumo les impiden ver la oscuridad tenebrosa del vacío espiritual. Porque la música estruendosa de las fiestas les impide escuchar el silencio de la soledad de la insolidaridad social. Porque el ser humano está tan vestido de sí mismo que ya no es capaz de valorar el traje de Paz que se le ofrece.
La Luz divina jamás competirá con los focos del mundo, ni el susurro de la Voz divina con los gritos de euforia desencajada de los hombres. El traje de Paz que Dios nos regala sólo sirve para el que está desnudo.
Vamos a donde reina la oscuridad de la injusticia, el silencio del abandono, el frío de la pobreza, que allí encontraremos el verdadero sentido de la Navidad.
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