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Abraham, el padre de la fe, no pertenecía a ninguna comunidad religiosa ni tenía superiores espirituales que le dirigieran. No había sido instruido dentro de ninguna ortodoxia doctrinal ni conocía ningún dogma.
Por eso, en el caso de Abraham, podemos hablar de verdadera fe. No de creencias religiosas, ni de ideas impuestas, ni de ideologías estáticas, sino de fe.
Y la fe es como una puerta que se abre a la libertad: Lleva siempre al movimiento.
Las convicciones intelectuales son estructuras sólidas que inmovilizan al ser humano, pero toda convicción espiritual es un impulso, siempre lleva al movimiento, a la acción.
Por eso Abraham tomó todas sus pertenencias, abandonó su casa y se puso en camino.
La manifestación más significativa de la fe es la acción.
El hombre no se salva por sus obras, sino por su fe, pero el síntoma inequívoco de que existe verdadera fe es la acción que se manifiesta en obras que dan fruto, y ese fruto permanecerá para siempre porque las obras del hombre de fe están respaldadas por Dios.
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