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PALABRA

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02/01/2006

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la Palabra

039

No es lo mismo tomar la palabra como ‘ente de luz’, que tomarla como ‘vector de luz’.
Cuando los conceptos toman el poder de la mente y todo gira en torno a la coherencia estructural de las ideas, entonces la palabra es tomada como ente de luz: “El origen de la palabra escapa a nuestro entendimiento, lo cierto es que ella, en sí, ya es fuente de verdad.” Pero esto es muy engañoso. Las actitudes rigoristas en materia moral tienen su origen en esta manera de entender la palabra.
La palabra lingüística no es luz en sí misma, sino que es sólo un vehículo, un vector que señala al manantial de Luz de donde procede la verdad que expresa.
La bella y muy profunda imagen de “la Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros” hace referencia a una Palabra que trasciende mucho más allá de lo puramente lingüístico y se manifiesta como lo que es: un ser vivo. No es la palabra encerrada en un concepto, sino la Palabra que, en su movimiento, arrastra al hombre y le abre los ojos para que él mismo pueda beber del pozo original de la Verdad eterna.

Tomar la Biblia como un libro de verdades irrefutables, eso es un disparate. Y no se trata de menospreciar los libros sagrados, ellos son un testimonio irreemplazable de la acción de Dios en la historia y en los seres humanos. Pero se ha occidentalizado el concepto de “palabra”, y se está confundiendo la Verdad divina, que es espiritual, con las verdades humanas, que son racionales.
La ciencia camina delante en nuestra civilización, y todo lo impregna con su racionalismo, su forma de entender la verdad y de llegar a ella. Las religiones también han querido racionalizar sus principios espirituales creando de esta manera una especie de híbrido entre razón y espíritu, una teología en la que se parte de unos principios irrefutables por ser considerados inspiración divina, y se sacan unas conclusiones a partir de ellos. El resultado es confusión y división. Todos leen el mismo libro y todos creen haberlo entendido de la manera correcta, como en Babel: Todos construían la misma torre, pero ninguno se entendía con su compañero.

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