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La ciencia y las artes necesitan de la novedad y la originalidad.
Un científico que presenta una fórmula que otro científico anterior haya descubierto ya, es un fracasado. No importa cuánto tiempo y esfuerzo haya empleado en su investigación, si su descubrimiento no entraña alguna novedad, no sirve.
Por lo mismo, un artista debe sorprender con su obra. Si lo que hace recuerda excesivamente algo que ya haya sido hecho, entonces su obra no vale, se considera un plagio, o simplemente carece de interés.
Sin embargo, en el mundo de la verdadera espiritualidad los valores son muy diferentes. Un hombre descubre a Dios en su corazón y relata su descubrimiento con entusiasmo: No importa que su relato sea muy similar al de otros hombres que hayan descubierto lo mismo, su relato será siempre nuevo.
Una conferencia sobre Dios, por muy bien elaborada que esté, no vale tanto como una sola frase pronunciada desde el corazón por un hombre lleno del Espíritu Santo.
La conferencia puede ser que contenga ideas muy novedosas, y el hombre lleno del Espíritu puede que no diga nada nuevo, sin embargo las palabras del converso mueven los corazones, mientras que las palabras del conferenciante sólo mueven las mentes.
Ese dios construido en la mente desde las ideas es un dios impotente, y por eso se le llama “omnipotente”, es un dios ignorante, y por eso se le llama “omnisciente”. Los estudiosos intentan descubrir cosas nuevas sobre ese dios para cautivar el interés del mundo y acercarlo a él, pero cuanto más descubren, más falso es ese dios del que están hablando.
El Dios que se descubre en el corazón a través del Espíritu, es el Dios Amor que, a
pesar de las religiones, no ha muerto ni morirá jamás. No hacen falta nuevas ideas ni términos más precisos, ni tampoco es necesario indagar en las escrituras ni estudiar teología: El Dios Amor hace temblar las entrañas de los hombres diciendo las mismas cosas sencillas que ha dicho desde que le habló al primer hombre que le conoció.
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