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14/01/2006

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moral sexual

047

Venimos de una época de un moralismo sexual demoledor, en la que el ser humano tenía que avergonzarse de sus impulsos naturales como si estos no procedieran del propio ser sino que estuvieran suscitados por el Diablo en persona.
Entramos ahora en otra época, de signo contrario, en la que no se puede relacionar la sexualidad con la impureza, ni siquiera lejanamente, so riesgo de ser tachado de moralista, de manera que el sexo sigue siendo un tema tabú, tanto o más que entonces.
Estos bandazos pendulares no pueden ser aceptados por nadie que busque la verdad en la correcta ponderación de los extremos. Si con razón se rechaza el absoluto del moralismo demoledor, con la misma razón hay que rechazar el absoluto de la completa permisibilidad.

No podemos pretender enriquecernos exclusivamente con aquellas ideas que nos son gratas, tenemos también que aprender a enriquecernos con aquellas otras que nos agreden, tal vez porque desnudan una parte oculta de nuestro ser, y así saber reconocer la presencia de la verdad en donde no nos gustaría que estuviera.
La sexualidad no es de por sí impura, todo lo contrario. Pero la sexualidad es una manifestación vital primaria e involuntaria del ser humano, y por eso es espejo de la realidad del ser: En el comportamiento sexual de un hombre hay un retrato bastante fiel de su realidad interior.

La disciplina es muy importante para el desarrollo espiritual del ser humano. Las fronteras que delimitemos no tienen por qué tener necesariamente carácter absoluto, pero son necesarias para la educación del carácter en la búsqueda de la libertad.
Filosofar sobre lindes puede ser muy gratificante pues pudiera parecer que, al romper fronteras morales, entramos en una mayor libertad. Pero esto es un engaño: El patio de una cárcel puede ser mucho más espacioso que mi habitación, pero allí seré siempre mucho menos libre que en mi propia casa.

Las leyes del Reino de los Cielos son mucho más severas que las leyes de cualquier forma de espiritualidad humana. Y esto porque las leyes del Reino no las cumple el hombre con su esfuerzo, sino que es Dios mismo el que las cumple al hacer morada en el hombre. Por eso es muy conveniente revisar el interior con la máxima severidad, no para angustiarse sino para vivir en la Verdad: El que observe dobleces en su ser, esto es signo de que Dios no está plenamente con él.
Dios no hace morada en un hombre por el hecho de que ese hombre justifique sus errores. Dios hace morada en un hombre en el acto de humildad de reconocer su impureza y, al mismo tiempo, su incapacidad para limpiarla.

El que quiera pasar por alto el más pequeño de los mandamientos del Reino, ése será también el más pequeño en el Reino de los Cielos.

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14/01/2006

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