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16/01/2006

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049

Para poder renacer en el Espíritu es necesario morir primero, y tanto más profunda sea esa muerte, tanto más elevado será el renacimiento.
Una muerte verdadera no deja residuos, sino que se lo lleva todo. Y entonces la nueva vida construye desde la completa desnudez, no toma nada del cadáver de lo que fue, sino que busca la coherencia que le es propia en la nueva razón de su existencia.
Pero se le ofrecen a Dios inútiles sacrificios a cambio de que no permita Él que la muerte corte con todo lo viejo y haga sitio a un nuevo ser. Se levantan oraciones y complicados ritos a Dios para que deje de ser Dios y se convierta en cómplice de la mezquindad humana.
Si ante una puerta estrecha el hombre da media vuelta, ¿a qué se dedica ahora a ofrecer sacrificios de purificación? Dios conoce el tiempo del sacrificio y el del reposo, el tiempo de la poda y el de dar fruto.
De todo seremos despojados, pero es mejor mantener la dignidad de saber darlo todo antes de que se nos quite, que sufrir la humillación de ver cómo se nos arranca de nuestras manos lo que nos negamos a ofrecer.

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