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21/01/2006

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el rey Saúl

051

Cuando todos mis proyectos prosperaban, yo me llené de la gloria de Dios haciéndola mía. Mis ideas se complicaban, y yo veía en la complejidad una escalera hacia el cielo. Cuando mi espíritu se encaramaba en mi torre intelectual, yo decía: “¡Qué cerca estoy de ti, Dios mío!”
Construí un templo fuera de mí y cada día le añadía un ornamento, y pensaba: “¡Qué contento debe estar Dios con su nueva casa!” Los ritos se definían y se alargaban hasta hacerse más fuertes que mi propia necesidad de acercarme a mi Padre. Mis hermanos me molestaban con sus problemas mundanos. Yo, en mi altura, celebraba mis sacrificados ritos y ensanchaba mi armazón de ideas, y no quería que nadie me interrumpiese en mi veloz carrera hacia el cielo.

Pero mi torre de ideas se hizo demasiado alta, y sus cimientos cedieron.
La gloria de Dios, de la que me había apropiado, me fue arrebatada y a Él volvió.
Mis ideas ardieron en el fuego de la ausencia de mi Padre, se desintegraron como cenizas al viento.
El templo se volvió oscuro, sus ornamentos grotescos. Allí no podía estar Dios, jamás estuvo. Los ritos se hacían vacíos e insoportables, y yo escondí mi cara entre mis manos.
Entonces elevé al cielo una oración sincera que brotaba de la angustia de mi corazón. No hubo otro rito que mi súplica desesperada. “Te adoré donde no estabas, Padre mío, y te identifiqué con quien no eras. Te obsequié con lo que detestas, te quise atrapar para gloria mía. Ahora sólo te piso que me perdones, y que volvamos a comenzar.”

Recordé entonces que de aquella misma torre no era la primera vez que yo caía, ni tampoco aquel templo era algo nuevo en mi vida. Muchas veces cometí los mismos errores, con idéntico resultado.
Ahora ya no cumplo ritos, y en mi oración nunca olvido mi pasado. “No permitas, Padre, que caiga en la tentación de levantar torres, ni de amasar ideas, ni de ornamentar templos, ni de correr en busca de mi gloria lejos de mis hermanos.”
Ahora ya lo sé: Mi Padre nunca me abandonó. Era yo, que lo adoraba donde no estaba.
El rey Saúl y su hijo han muerto, y todos los reyes de Israel y de toda la tierra, para que suba al trono el Rey eterno. El filo de su espada separa lo podrido de lo sano sin matar a ningún ser humano.

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21/01/2006

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