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La familia protege a los hijos mientras lo necesiten para crecer y desarrollarse sanamente, y cuando éstos son ya adultos, deben abandonar este círculo familiar cerrado y lanzarse a la conquista del mundo sin otra protección que su propia personalidad.
Cuando el adulto reclama protección y no es capaz de asumir la responsabilidad de la independencia, los problemas de identidad pueden llegar a destruirle.
Mi familia no puede reducirse a algo tan orgánico como pueda ser un círculo de consanguinidad, ni a algo tan relativo como pueda ser la comunidad religiosa en la que se me ha criado.
Mi familia, la sangre de mi sangre, es sangre de la Sangre de Cristo, y sólo tiene su cohesión en los lazos espirituales de la Comunión de los Santos.
Pero no es lo mismo familia espiritual que clan sectario. Lo que está cerca de mí, es Dios que me lo ha acercado. Yo no debo ir a buscar a mi prójimo lejos de
aquellos con los que convivo, pero mi identidad se mantiene alejada de todo influjo que no venga del Amor. Aquellos que, consciente o inconscientemente, vivan según los valores del Maestro, ésos son los que forman mi verdadera familia.
No acepto mi integración en ningún círculo delimitado por leyes o por ritos.
No me identifico con ningún círculo delimitado por dogmas ni ideologías.
No comulgo con ningún círculo delimitado por tradiciones ni jerarquías.
Rechazo todo círculo que mantenga su cohesión mediante la exclusión irracional de lo que queda fuera, y la integración incondicional de lo que queda dentro.
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