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PALABRA

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19/03/2006

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el látigo

065

Los profesionales de la religión suelen ser buenos comerciantes. Saben aprovechar el deseo humano de salvación y trascendencia para obtener beneficios económicos.
Realizan unos estudios que les permiten ostentar ante el pueblo una autoridad acerca del conocimiento de todo lo relacionado con Dios. Luego administran principios morales, deciden sobre la santidad y el pecado, con derecho a perdonar o incriminar al prójimo, y por último cuidan de que la institución que les sostiene no se vea en ningún estado de crisis, para lo cual trabajan por una situación económica estable.
Esto no es un hecho exclusivo de las viejas iglesias, también en muchas jóvenes iglesias se observa esta tendencia al asentamiento cómodo y estable sobre el mundo. Incluso, ante la prosperidad de sus negocios, muchos exclaman: “¡Dios está con nosotros!”

Aunque todas estas iglesias utilicen la Palabra y los principios cristianos, sin embargo el mensaje de Cristo está muy lejos de ellos. Y lo realmente sorprendente es que estos hábiles comerciantes, prudentes, inteligentes, necesariamente habrían de darse cuenta de que lo que ellos están haciendo es diametralmente opuesto a la esencia del mensaje y el testimonio de Jesucristo. O su inteligencia falla en lo esencial, o realmente no les importa esta incoherencia porque han aprendido a mantener la conciencia adormecida mediante justificaciones estereotipadas.

La pérdida de la dignidad del hombre como individuo es la que hace que la institución crezca como una especie de dios monstruoso, contra el que no se puede luchar y al que hay que sostener porque es el único templo en el que Dios puede habitar en medio de este mundo. La obediencia ciega, que se mira como un valor, es también una justificación para poder cometer atrocidades: “Yo sigo órdenes de mis superiores.”
Éste monstruo es el que recibió los latigazos de Jesús, allí donde estaba el comercio, que era el verdadero centro, su verdadera razón de ser: No en los altares, sino en las mesas de los cambistas.

Dios no necesita de ese monstruo institucional para manifestarse al mundo, ni su templo, cuidado por profesionales de la religión, es una morada adecuada para el Amor.
Es necesario recuperar para el ser humano su dignidad perdida, la que las instituciones le han arrebatado para poderlo someter. En el ser humano es donde únicamente puede abrirse un espacio grato para Dios.
Así lo expresó Jesucristo: Dios viene para hacer morada en el hombre, que es donde únicamente puede existir el verdadero Templo.

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