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26/03/2006

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creer en Cristo

066

Jesús pasó por este mundo haciendo el bien.
Nunca excluyó a nadie que quisiera acercarse a Él, por el contrario, a los leprosos que vivían excluidos de la sociedad, Él los curaba y los integraba nuevamente.
Nunca se acercó al poder político ni religioso para conseguir una mayor influencia, ni siquiera en consideración a la importancia de su mensaje.
Siempre alzó al débil, nunca lisonjeó al rico ni al poderoso, por el contrario, el Reino que anunció no tiene las puertas suficientemente anchas como para que los obesos en el dinero puedan pasar por ellas.
Habló de Amor, de verdadera Justicia, de consuelo para el que llora. Habló de protección desde el Cielo, de seguridad para el que confía.
Finalmente aceptó tortura y muerte injustas para demostrar que la Justicia que Él predicó realmente existe. Y así abrió un Camino entre el Cielo y la tierra, entre lo finito y lo eterno, por el que todo el que quiera puede pasar. Éste es el único Camino de salvación.

El Camino de salvación no es único porque lo haya abierto Jesús de Nazaret, ni porque Él se haya atribuido la exclusividad de todo acceso al Padre. Es único porque los valores eternos también son únicos, y cualquiera que quisiera abrirse camino desde la tierra hasta el Cielo, finalmente llegaría a la conclusión de que el único Camino posible es precisamente ése, el que fue abierto por Jesús.
Creer en Cristo no es difícil. El mensaje cristiano es la expresión más certera y simple del profundo y noble ideal de cada ser humano. Y en la sencillez de este mensaje fueron dichas las palabras:
“Para quien cree en él no hay juicio. En cambio, el que no cree ya se ha condenado.”

Pero hoy en día creer en Jesús ya no es sentir esa sintonía esencial con un mensaje simple que llega al corazón; un mensaje que obliga a un cambio radical, pero que rezuma el dulzor de la Verdad.
Hoy en día creer en Jesucristo para muchos es también creer en dogmas que rezuman fantasía, y otros que destilan autoritarismo: Dogmas relativos a la Virgen María, dogmas de infalibilidad humana, dogmas de la asistencia del Espíritu Santo a través de mecanismos institucionales.
Hoy en día creer en Jesucristo es aceptar la obligatoriedad de ritos sin ningún contenido cercano, embalsamados en una tradición sordo-muda.
Decir hoy en día: “Para quien cree en él no hay juicio. En cambio, el que no cree ya se ha condenado”, eso es ya hablar de algo muy diferente.

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