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Los reyes de la tierra necesitan del reconocimiento del pueblo para poder gobernar. El derecho a ser rey es muy relativo, pues nadie nace con una cualidad inherente a su ser que le permita situarse por encima de ninguna otra persona.
Todos los seres humanos hemos nacido desnudos, de una mujer en un parto, y si alguien se ha creído superior a otros es sólo porque ha querido olvidar su origen y se ha obstinado en pensar que su situación social y todos sus ornamentos le hacen esencialmente distinto. Pero ocurre como en el caso de un rey sin un reino, esta superioridad de un hombre sobre los demás no es algo que se sostenga de por sí, sino que depende exclusivamente del consenso social.
El único Rey verdadero es aquél que no depende del reconocimiento de ningún pueblo para poder reinar. El único sabio verdadero es aquél que no depende de reconocimientos ni de ornamentos, sino que se hace valer por el peso de la Verdad que pronuncia.
También los dioses necesitan de la adoración de sus fieles para poder existir.
Los dioses paganos influyen en los hombres desde el momento en el que tienen un nombre y reciben adoración. El esfuerzo mental y la entrega resultante de la adoración de los fieles crea una especie de cúmulo de energía espiritual cuya existencia no está enraizada al núcleo del cosmos, pero que tiene presencia e influencia. En este cúmulo de energía, el dios tiene existencia y presencia hasta que la adoración cesa, entonces ese dios muere. Esto es mucho más que una teoría.
Sucede como en el caso de los reyes, el pueblo elige a un rey que, aun siendo exactamente igual al último de sus súbditos, ha sido destacado por las circunstancias. Este poder no está enraizado en el núcleo del cosmos, y sin embargo el poder tiene presencia y existencia.
Dios Padre no necesita de la adoración. En cualquier caso es el hombre el que necesita adorarle para impregnarse de Él y deshacerse de sí mismo. Él dice: “misericordia quiero que no sacrificios.” Dios se considera adorado por el hombre cuando este hombre mira con Amor a su hermano, no cuando vuelve la vista hacia Él en un gesto de complicidad egoísta. Él dice: “si vas al altar a llevar una ofrenda y recuerdas que tu hermano tiene algo contra ti, deja tu ofrenda al pie del altar y ve primero a reconciliarte con tu hermano.”
Dios no necesita de ninguna ofrenda, sin embargo el hombre necesita desprenderse de cosas materiales a las que él le ha dado valor, y realmente no lo tienen.
Los hombres muchas veces miran a Dios Padre como si Él necesitara de nuestra atención. Lo confunden con un dios pagano, y predican lo que no es.
Jesucristo es Rey, y no necesita de ningún reconocimiento para serlo ni para reinar. El que reconoce a Jesucristo como Rey, se beneficia él por reconocerlo, pero no está dándole ni quitándole poder a Cristo.
Porque no es que Dios esté enraizado en el núcleo del cosmos, es que el núcleo del cosmos está enraizado en Dios, y no existiría sin Él.
Todas las cosas se secan y se mueren menos el Amor. Estas palabras no se pueden explicar, ni razonar, ni se puede demostrar la Verdad que encierran. Todo aquél que realmente es hijo de Dios, las entiende desde que las escucha, y resuenan en su corazón sin asperezas. Otros creen entenderlas, pero no es así.
Dios es Amor, y el Reino de los Cielos es el Reino del Amor, y se construye en la misericordia de cada hombre para con cada uno de sus hermanos. De esta manera y de ninguna otra se adora verdaderamente a Dios. Por eso, esa adoración basada en ritos, y que no se transforma luego en puro Amor, es una adoración muy sospechosa.
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