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06/04/2006

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herencia

076

El derecho social humano es partidario del acomodo y de la inercia. Si un hombre se enriqueció con su trabajo, sus hijos, por derecho, pueden ser ricos y sin necesidad de trabajar, simplemente por el derecho a la herencia. Amparándose en este principio de derecho, el hombre crea castas, y las riquezas que pertenecen a una comunidad quedan retenidas en unas pocas familias por lazos de matrimonio y herencia.
Sin embargo la herencia espiritual no se puede trasmitir por ninguna vía institucional. Nadie puede decir que tiene derecho a la Vida, sólo porque sus padres lo tuvieron. Cada cual debe encontrar la Verdad por sí mismo. El hallazgo de otros puede ayudarle a perseverar, pero no puede resolverle el esfuerzo.

Ese mismo principio de inercia que hace que el ser humano busque la comodidad sin el esfuerzo para alcanzarla, es el que le lleva a inventar un derecho espiritual en el que tampoco se tenga que hacer mucho más que cumplir unas leyes y estar integrado en un grupo para adquirir el derecho a una Vida eterna. En todo esto hay mucho de fantasía.
En primer lugar, las normas de conducta son lo que menos afecta a la interioridad del ser. No es necesaria ninguna conversión verdadera para aceptar y adoptar ideas y pautas de comportamiento. En segundo lugar, el simple hecho de la pertenencia a un grupo religioso no tiene absolutamente ningún valor espiritual. Ni positivo ni negativo. Otra cosa sería la influencia espiritual que se pueda recibir de un grupo u otro.

La endogamia del pueblo judío tuvo su razón de ser en su época. Cuando una retama se abre camino bajo tierra necesita mucha protección, cualquier agente externo puede torcer su crecimiento natural. Pero el concepto de “pueblo de Dios” como congregación social quedó completamente superado después de la resurrección de Cristo.
Las iglesias pretenden muchas veces tomar el relevo y servir de continuidad a un pueblo que no supo reconocer a su propio Mesías. No se puede erigir un Reino nuevo sobre cimientos viejos. El valor de las iglesias es el de la expresión material de la comunión espiritual en Cristo. La expresión de una realidad no debe competir con la realidad que expresa, sino que debe someterse a ella.

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