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La misma serpiente que muerde y mata al hombre, puede sin embargo llegar a sanar cuando es elevada, y con sólo mirarla. También la cruz, símbolo de la exclusión y la ignominia, al elevarse se convierte en Luz verdadera en el Camino de la plenitud. Mirar la cruz y comprenderla en el corazón es haber encontrado el Camino de la plenitud.
El que es del mundo muere en su pecado, pero para el hombre que viene de arriba el pecado significa conversión, la conversión perdón, y el perdón trascendencia. Así que, lo que originariamente era malo, se convierte en el pilar de la salvación.
El hombre que es de arriba es el que ha vuelto a nacer en el Espíritu. No es un cambio ideológico, no es sólo un cambio de actitudes, es un cambio esencial en el que el hombre encuentra su verdadera identidad fuera de este mundo. Cada cosa busca su origen, por eso el que nace de lo alto busca el reposo en lo alto, allá donde está su hogar.
Todo es útil cuando se eleva, y lo más bajo, al sublimarse, se convierte en lo más excelso. Por eso el ser humano debe amarse íntegramente, pues no hay nada en él que no sea útil en el Camino hacia la plenitud. Todo debe ser respetado, pero también todo debe ser sublimado. Aborrecer la vida es desperdiciarla en lo material, y sublimarla:
La ira se sublima en la Justicia. La ira puede destruir, pero también puede enderezar una desviación peligrosa.
La sexualidad no es un aspecto inferior del ser humano. La sexualidad se sublima en el amor, en la entrega y en el compromiso, incluso fuera de la pareja, incluso en los ideales puramente espirituales. Los seres humanos pueden ser de muchas maneras diferentes, pero hay una cosa de la que no se pueden sustraer: desde el principio fueron hechos hombre y mujer.
La posesión material se sublima en la generosidad, el poder material en la solidaridad. No poseer nada puede ser una expresión de modestia, y también de cobardía. Los que más poseen son los que más bien pueden hacer a los demás. Los que más poder tienen son los que pueden luchar por la Paz con mayor eficacia.
Pero sublimar es entregar a una realidad invisible lo que se tiene bien agarrado dentro de la realidad visible, y este acto de fe sólo puede tener su origen en la sabiduría que procede directamente del Espíritu de Dios.
El ser humano por naturaleza prefiere la satisfacción inmediata aunque sea pasajera. El sabio sin embargo no busca la satisfacción inmediata, sino que proyecta sus anhelos hacia la eternidad del ser. En esto se distingue al hombre del mundo y al que ha renacido en el Espíritu.
Abajo, la serpiente mata, y la cruz es exclusión e ignominia. Los hombres se resignan al fracaso y a la muerte.
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