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Existe una cruz que viene impuesta por la propia vida. El hombre busca su felicidad pero se encuentra con la fatalidad. La acepta y ello le santifica.
Pero existe una Cruz que no le viene impuesta, sino que el hombre acepta por Amor, pues sabe que subiendo a esa Cruz, muchos seres humanos pueden quedar liberados.
Por eso Jesús decía “nadie me quita la vida, sino que soy yo quien la entrega”.
El que busca sinceramente la Verdad, hasta las últimas consecuencias, siempre se encuentra con la Cruz.
Encarnar al Cristo es caminar en la Verdad, encontrar la Cruz, y optar por ir a dar la vida clavado en ella. Para que la Verdad resplandezca.
La fantasía, la creatividad, el arte, han podido embellecer la crucifixión de Jesús hasta hacer de ello y un drama atractivo. Pero la crucifixión verdadera es lo menos hermoso, lo menos atractivo y lo menos artístico que se pueda imaginar. La Cruz es el completo fracaso en el mundo, sin sombra de recompensa. Por eso es ahí donde el Padre actúa y por Amor hace Justicia abriendo el Camino de salvación.
No son necesarios maderos cruzados ni clavos en las manos y en los pies. La Cruz es el fracaso oscuro en la ignominia sin ninguna esperanza de justicia en el mundo. Sólo entonces la Cruz es santa, y el Padre actúa.
Muros levantados a las puertas del Reino que no dejan entrar, que no dejan ni siquiera ver lo que hay detrás de ellos. Ni las predicaciones ni los testimonios pueden nada contra esos muros, sólo la Cruz. Ahí Cristo se hace presente más que en cualquier rito. El mundo no necesita más palabrerío moral, el mundo necesita de la sangre de los cristianos.
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