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Dios es Luz, y sin embargo yo no llegué a verlo sino hasta que me sumergí entre negras sombras de soledad.
La voz de Dios es potente, y sin embargo yo jamás logré escucharle sino cuando me encerré en el más riguroso silencio.
Dios es Amor, y sin embargo nunca pude sentir su presencia sino cuando más aborrecido me sentí por todos los que me rodeaban.
Cuando yo caminaba alegremente, y todas las cosas parecían resolverse a mi favor, decía “gracias, Dios mío, porque me acompañas en mi camino”. Sin embargo mi camino no me llevaba a ninguna parte.
Cuando en mi Camino aparecieron muchos tropiezos, y por más que me esmeraba en continuar mi ruta, me veía forzado a desviarme continuamente, entonces yo decía “Dios mío, ¿por qué me abandonas?” Pero era precisamente entonces cuando Dios me guiaba, cuando el Camino no obedecía a mezquinos criterios humanos.
Para que la vida tenga completo sentido, en toda su amplitud, no es necesario iluminar la luz, ni musicar el sonido, ni dulcificar el amor.
A Dios se le encuentra en el sinsentido de las cosas, porque la oscuridad y la muerte es justamente el aspecto de la vida que es necesario comprender para que la totalidad de la existencia tenga sentido pleno.
Jesucristo dio Vida al mundo iluminando la muerte. No sólo con palabras, su pasión y muerte transcurren en una sublime coherencia espiritual con su vida.
Y yo he visto la resurrección de Cristo. La he visto en mi Camino.
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