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Antes de atravesar la puerta estrecha, las ideas están muy claras en la mente. Los testimonios de los que se han tenido que enfrentar a situaciones de absoluta oscuridad de la mano de Dios son unánimes: Dios siempre triunfa en el hombre que deposita en Él su confianza.
Después de haber atravesado la puerta estrecha, todo es satisfacción. Quien a Dios se acoge nunca quedará defraudado.
Pero mientras se está atravesando la puerta estrecha, las ideas perfectamente asumidas ya carecen de todo valor, no sirven de nada. Hay que volver a comenzar desde el principio. Para el que está en medio de la absoluta oscuridad la palabra ‘fe’ carece de significado, deja de ser un punto seguro de apoyo y se convierte en una elucubración, un concepto elaborado y vacío que hay volver a llenar de contenido porque ya no dice nada. Mientras el hombre atraviesa la puerta estrecha ya no hay ninguna fe ni en las ideas ni en los sentimientos. La única fe es la que brota de su propio ser incluso en contra de su voluntad.
Y ésa es también la única fe que salva, porque cuando el espíritu abandona el cuerpo, no hay ideas en las que apoyarse, no hay testimonios de los que acordarse. Sólo la presencia de Dios en el interior del ser, en ese interior que escapa por completo al control humano, es lo que puede empujar al hombre hasta el Reino en toda su plenitud.
Y tener a Dios en el interior del ser es haberle preparado una morada. Toda morada es un vacío que debe ser llenado por una presencia.
Lo único que vacía al ser humano en su interior profundo es el amor no correspondido. Ése es el hueco que viene a llenar Dios con su Amor fiel e incondicional.
El que me ama me llena, y ahí no cabe Dios. El que me ama me fuerza a no defraudarlo, y eso me quita mi libertad. Pero el que desprecia mi amor me mata, me vacía, y cuando llegue el momento de atravesar la puerta estrecha, no voy a retroceder, porque la absoluta oscuridad sólo puede atemorizar al que tiene amores que perder en este mundo.
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