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El trigo y la cizaña crecen juntos en el corazón del hombre y no existe manera de arrancar la cizaña sin perjudicar el trigo.
No sólo al final de los tiempos, durante la vida también hay épocas de siega, en las que el campo queda desnudo, sin ningún fruto. Hay épocas en las que lo material debe decaer hacia la muerte para que el espíritu se eleve hacia la Vida. La siega en el campo, la poda en la vid, es permitir la trascendencia de lo que ya ha culminado.
Cuando yo salí de mi muerte y vi mi campo desnudo, planté trigo en mi interior, sólo trigo, ¿cómo es que ahora veo crecer cizaña?
No es mi cizaña, es la cizaña que crece en toda cosa del cosmos en el cual existo. Y debo dejarla crecer, pues la cizaña fuerza a la siega y así salva el trigo. Vivir la siega es sentir la presencia de la muerte. Y cada vez que llega la muerte el campo se limpia, el trigo va los graneros y la cizaña es arrojada al fuego.
Para el hombre renacido en el Espíritu la muerte no viste de luto. La misma muerte que atemoriza al materialista y le hace retroceder, para el hombre renacido en el Espíritu es un acto de Amor sublime. No es negra sino luminosa, y viste de gala aunque en el mundo los hombres sólo sean capaces de ver las cenizas de la cizaña quemada, y no sean capaces de ver también el trigo que está en el granero. Y no lo ven porque ese granero no está al alcance de los que atesoran y acaparan.
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