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PALABRA

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03/05/2006

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093

Un anhelo puro es un grito de amor que vuela por el vacío sin consumirse, y siempre alcanza su objetivo. Pero el ser humano se aferra a sus anhelos y no los deja volar porque piensa que no conocen el camino. Los anhelos se corrompen dentro del propio ser, produciendo frustración y desesperanza.
Si no hay espíritu, la inconciencia está en el poder, entonces el ser humano está condenado a fabricar y defender su propia felicidad, y monta guardia en su muralla contra los ladrones sin darse cuenta de que éstos están dentro y no fuera.

Pero si hay espíritu, entonces hay fe.
El hombre que ha dejado a un lado los cimientos materiales para establecerse en su ser en el Espíritu, ése es como el viento. Y cuando el viento sopla siempre en la misma dirección, es capaz de doblegar el árbol más robusto e inclinarlo hasta el suelo.
Pero el que se instala en lo material y pone su confianza en la inteligencia y en la razón, en las estratagemas y en la premeditación, ése verá como por una grieta que no había previsto se escapan todas sus ilusiones.

Lo que el azar regala, el mismo azar se lo lleva. Pero aquello que se alcanza desde la fe no puede perderse para siempre. Ni las circunstancias materiales ni los antojos pasajeros de los hombres tienen suficiente poder como para arrebatarle a un hombre aquello que ha obtenido desde la fe, apoyado en la autenticidad de su ser.
Dice el Cristo: “Todo lo que pidáis en mi Nombre, Yo lo haré.” Pedir en el Nombre del Cristo no es pronunciar una palabra mágica, sino que es identificarse y fundirse con la autenticidad del Amor que se entrega incluso hasta la muerte.

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