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El buen Pastor no necesita perros para conducir las ovejas, ni utiliza palos para enderezarlas. Llama a cada una por su nombre, ellas le reconocen, se sienten seguras y se van con él. El buen Pastor habla de cosas que resuenan en el corazón, con sencillez, y todo lo que dice llena de Paz, porque sus palabras son la única respuesta plena a cada una de las inquietudes del ser humano. Cuando habla
el buen Pastor, el hombre escucha como si estuviera sólo recordando, como si todo ya
le hubiera sido dicho desde antes de nacer. Las palabras del buen Pastor no se sienten como ideas extrañas ni fantásticas, sino como realidades impresas en el cosmos mismo.
Para el buen Pastor es más importante cada oveja que el redil, por eso deja
las noventa y nueve y va a buscar la que se ha perdido. El buen Pastor no exige obediencia a su persona, sino que hace valer la Verdad que expresa: “Ni siquiera seré Yo, sino que será mi Palabra la que os juzgue.”
Los ladrones y malhechores pueden encender luces de colores con su oratoria y pueden deslumbrar a las masas con ellas, pero sus palabras no resuenan en lo íntimo del corazón. No conocen el nombre de cada una de sus ovejas, sino que sólo conocen el número de cabezas, y en ello se regocijan.
Los ladrones y malhechores no pueden retener a las ovejas en el redil por la fuerza y la autoridad de sus palabras, y entonces cavan fosas de condenación en torno al corral donde las ovejas se congregan, para que no se escape ninguna y el número de cabezas no diminuya.
Los ladrones y malhechores sitúan a las ovejas por orden de importancia, concediendo prerrogativas a aquellas que no discuten sus designios ni su poder.
Los ladrones y malhechores consideran más importante el redil que las ovejas, más importante la obediencia que la verdad.
El único error pecaminoso es el que no ha sido reconocido en la humildad. La única contradicción insostenible es la que ha sido integrada en el modo de vida de una institución. Muchos hombres y mujeres luchan con fuerza por los mismos valores que Cristo propugnó, y sin embargo rechazan de plano las instituciones eclesiales. ¿Qué clase de conversión necesitarían? ¿Una conversión que les llevara a transigir con los errores no reconocidos y con las contradicciones institucionalizadas?
Donde se abre una brecha de sufrimiento, allí está el Espíritu. Los hambrientos, los sedientos, los desnudos, los que sufren persecución e injusticias, en torno a ellos sopla el Espíritu. No puede haber Espíritu en las asambleas donde se reúnen los sobrealimentados que sólo luchan por engrosar un redil donde las palabras ya han perdido toda su fuerza espiritual, porque no están refrendadas por un testimonio verdadero.
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