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13/05/2006

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enamoramiento

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El Amor de Dios se compara con el amor de un buen padre. Un amor fiel e incondicional, que protege y ayuda a sus hijos sin detenerse en juicios y siempre anteponiendo el perdón.
Pero Cristo nos descubre otra dimensión del Amor divino. Él se presenta como el Novio, y el Reino como el banquete de Bodas. El Reino, más que por el amor de un padre, viene representado por el enamoramiento de una pareja que se casa.

El enamoramiento en el mundo tiene connotaciones de ficción y fantasía, porque la luz que despide no tiene en cuenta la oscuridad subyacente en el cosmos y que siempre va al encuentro de todo lo que resplandece para destruirlo. Pero no es en el enamoramiento en sí donde está la ficción. Cuando todas las cosas hayan culminado y trascendido, el enamoramiento será la realidad amorosa más estable, porque no habrá oscuridad que la deshaga. Éste es el gozo del Reino de los Cielos, el banquete de Bodas.

El adulto dice tener los pies en el suelo cuando ha perdido la capacidad de enamorarse de verdad. Efectivamente tiene los pies en el suelo donde habrá de abrirse su tumba.
Los jóvenes que se enamoran, y los que son como ellos, están más cerca de la realidad espiritual del Reino que los monjes que se encierran en conventos para poder apagar su sensibilidad a la belleza de la divinidad reflejada en el otro sexo. El verdadero enamoramiento sitúa la sexualidad física en el lugar de la máxima dignidad.

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