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13/05/2006

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migajas para los perros

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El pueblo judío realizaba sus ritos, celebraba sus fiestas, y dejaba siempre una silla vacía en torno a la mesa para que se sentara el rey que habría de salvarlos. Por él los judíos esperaban generación tras generación.
No existe ningún anhelo que permanezca firme en el tiempo y que no llegue a cumplirse. Todo anhelo sostenido es una oración a Dios que se fragua poco a poco hasta que encuentra el tiempo de su satisfacción.

Cuando Jesús llegó al pueblo judío en respuesta a su llamada durante siglos tenía un tesoro mucho más grande que ofrecer que las propias expectativas del pueblo.
Los que llamaron tenían el derecho, por encima de ningún otro pueblo, a recibir este tesoro. Cuando Jesús le niega los favores a la extranjera lo hace en un acto de honestidad. Los judíos, los que esperaron, ésos habrían de ser los beneficiarios por derecho, y esto no se les podía negar.

Sólo cuando los herederos renunciaron voluntariamente a la herencia, el mensaje del Reino pudo expandirse por toda la tierra.
Pudiera parecer que Jesús se equivocó al intentar darle su tesoro a un pueblo que no lo quería. Pero era necesario que este acto de honestidad se cumpliera hasta la decepción y el fracaso, para que el Reino no quedara atrapado en un marco tribal, y pudiera trascender a una realidad espiritual y eterna.

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