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El ser humano se separa y se eleva por encima de la vulgaridad cuando es capaz de anteponer el valor de sus ideales más nobles a los conceptos culturales de ‘posibilidad’ o ‘imposibilidad’. La mejor manera de prohibir una cosa lícita es ponerle la etiqueta de «imposible». Las barreras racionales obligan al ser humano a tomar el camino de la mediocridad, le invitan a adecuar sus expectativas dentro de un orden social concreto, y a conseguir algún grado de felicidad sin incomodar a nadie, especialmente a los poderosos de la sociedad
que no quieren renunciar a sus privilegios.
En la mediocridad, todos los ideales elevados que el ser humano lleva impresos en su interior al nacer se van cercenando y se van sustituyendo por placeres que pretenden narcotizar el espíritu para que no pueda sentir su profunda frustración vital.
La sociedad y la cultura permiten al ser humano crecer y desarrollarse, pero al mismo tiempo son como un tirano que en el nombre de “lo imposible” pretende disuadirle de perseverar en sus ideales y en muchos de sus anhelos lícitos. No se puede derrotar a este tirano con la fuerza de las armas en una guerra destructiva. El odio y el rencor que resultan de la guerra destruyen también la nobleza y la estatura espiritual de los ideales y anhelos por los que se luchaba dándole finalmente toda la victoria al tirano.
La realidad más temible para el tirano es la de la fuerza del espíritu, contra la que no puede luchar, y por ello se esmera en no permitir que las gentes tomen conciencia de ella. Entonces los hombres llegan a la conclusión de que, aun siendo auténticos en sus propósitos, pueden ser derrotados. Pero esto es absolutamente falso.
El que se habitúa a hacer uso de lo fácil, de lo que tiene a su alcance aunque no sea valioso, y a despreciar lo que requiere un esfuerzo aunque tenga todo el valor, ése entra en un pantano, y poco a poco el lodo le irá envolviendo hasta hundirlo en la vulgaridad y en la mediocridad de las gentes que se dejan zarandear como muñecos entre placeres efímeros, y sin haber llegado nunca a saborear el delicioso manjar de la autenticidad, incluso dentro del aparente fracaso. Cada fracaso en una empresa noble a causa de la estulticia social es un grito que queda impreso en el ámbito espiritual del universo. Y no existe nada material que no haya sido previamente pensado y formado en este ámbito del espíritu. El que acepta el fracaso aparente sin desconcertarse y permanece fiel a sus ideales, ése ordena su vida y todo el universo con la fuerza de su espíritu.
Los que se han hundido en el lodazal de la mediocridad, los que no hayan sido capaces de construir nada duradero, ¿qué sentido puede tener para ellos la vida y la muerte? El que no permanece en el Amor que se entrega hasta la muerte, a ése lo tiran y se seca, como a las ramas que las amontonan. Luego las echan al fuego y arden.
Una cosa es la fe y otra es la obstinación. Nadie puede perseverar en sus ideales si no bebe del manantial de lo eterno. Para poder perseverar es necesario adherirse a lo que permanece, a lo estable. Una rama no puede producir fruto por sí misma si no permanece unida a la vid; tampoco el ser humano puede producir fruto si no permanece en el Amor que se entrega hasta el extremo de la muerte, que es el Cristo. Pero cuando el ser humano permanece en este Amor, pedirá lo que quiera y siempre lo conseguirá.
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