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El mundo, hundido en ambiciones mezquinas, no podría subsistir sin esos hombres que se le oponen, y que se separan del resto por el hecho de permanecer fieles a unos valores eternos. Lo material debería estar al servicio del espíritu, pero pretende tomar el mando, por pura soberbia, y así se origina la corrupción y la decadencia.
El siervo no puede existir sin su amo. Cuando el siervo se rebela contra su amo e intenta hundirlo, se está hundiendo a sí mismo, porque, aunque consiguiera matarle, nunca conseguiría la herencia de su hacienda, sino más bien permitiría que la haciendo pasara a manos de los herederos legales, que encarcelarían al siervo por homicida.
El Reino no es ostensible, pero su reverso lo es. El reverso del Reino es la ostentación de poder material, es la dictadura del dinero, es la tiranía de los ricos sobre los pobres. Nada de esto podría existir con tanto descaro si no existiera un Reino espiritual de mayor magnitud, fundamentado en los valores eternos, y que sirviera de contrapeso.
No es necesario elucubrar demasiado. El Mal no puede crecer sobre sí mismo, porque el Mal no tiene entidad propia, sino que existe en la oposición al Bien. Un Mal muy grande no puede tener otro apoyo que un Bien aun mayor. La victoria del Mal tiene como consecuencia su propio hundimiento y la resurrección del Bien derribado.
Una bestia tan podrida y tan arrogante como puede ser un imperio que aplasta a los débiles del mundo, no podría sostenerse ni un solo instante si no existiera una Fuerza espiritual, mucho mayor que él, a la cual oponerse y sobre la cual crecer.
El Reino, una Fuerza espiritual en el mundo pero que no le pertenece, crece sin llamar la atención. Lo que la gente ve es sólo el desarrollo de la injusticia y el descaro de la corrupción, pero esto no es sino la imagen grotesca de una oposición tan arrogante como dependiente. Retando al Reino del Amor cava su propia fosa.
Demasiados gritos de dolor en el mundo. El hundimiento del imperio no está lejos.
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