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En su paso por la vida, el hombre puede luchar y conseguir muchas cosas, pero no puede atesorar indefinidamente. El camino por la vida es también el camino hacia la muerte, se quiera ver o no esto es inexorable, y en este recorrido todos los tesoros se van perdiendo poco a poco. Pero no es lo mismo perder un tesoro por entregarlo voluntariamente para bien de otros, que agarrarlo desesperadamente hasta que el tiempo se cumpla y la ley natural llegue, lo reclame, y se lo arranque de las manos a la fuerza. Lo que se entrega por amor, no se pierde para siempre, pero lo que se atesora para único beneficio de sí mismo, el hombre lo pierde sin ninguna posibilidad de recuperarlo.
Una mujer hermosa que no entrega su belleza al hombre que de verdad la ama, se convierte en el señuelo de todos los seductores profesionales. Su hermosura se pierde sin posibilidad de recuperarla, sirve de provocación, pero no inspira ternura.
Un hombre o una mujer inteligente que no pone su capacidad al servicio de una causa superior, se convierte en el pedante al que todos sonríen en su presencia, y del que todos hacen burla a sus espaldas. Su inteligencia se degrada a un adorno superfluo y sin valor.
Cuando el declive comienza, lo primero que la naturaleza le arranca al ser humano es precisamente aquello que más se ha resistido a entregar en beneficio de otros.
Encontrar dentro de sí la presencia de la Vida en el Amor eterno, eso es encontrar a
Dios; aunque no se le llame por ese nombre. Éste es el tesoro más grande que el hombre puede llegar a descubrir, y por Él vende todo lo que tiene y compra la tierra donde ese tesoro le aguarda escondido. Pero si por no entregar la belleza o la inteligencia el ser humano la pierde, por no entregar la vida, el hombre que haya encontrado la Vida en el Amor eterno está condenado a perderlo absolutamente todo.
Jerarcas burócratas de la verdad, de la santidad, y de la Buena Nueva: Ganado de mentecatos que caminan juntos al matadero de su propia exterminación.
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