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La muerte viene representada por la quietud; la vida, por el movimiento.
El Dios de la vida es el que pone las cosas en movimiento, rompe los obstáculos que impiden el progreso, echa abajo los muros que se interponen entre los seres humanos que se aman, abre un boquete en la presa que retiene el agua
estancada.
Sin embargo los seres humanos se creen más fuertes cuando se aquietan en decisiones inapelables y se alían con la muerte: El resentimiento, el deseo de hacer daño que espera su oportunidad escondido en una quietud sin vida.
La Palabra del Cristo es Palabra en movimiento que insta al perdón, a la reconciliación, a la conversión que es un renacer en el Espíritu, como el viento, y por eso es Palabra de Vida. Es siempre una invitación a un volver a comenzar sin el lastre de los errores del pasado. No importa lo que haya sucedido, hoy comienza una nueva era, desde cero. Aun pasando por los mismos sitios, aun saludando a la misma gente, aun brillando el mismo sol, no es el mismo sol ni es la misma gente ni son los mismos sitios. Tú y yo ya no
recelamos sino que vamos a conocernos una vez más, con ilusión y hasta
con asombro.
Pero las doctrinas dogmáticas no invitan al movimiento sino a la quietud. Creen acercarse a la eternidad paralizando las ideas, congelando los criterios, instaurando jerarquías y dejando caer sobre el pueblo la losa insoportable de la obediencia irracional: Creencias solidificadas que matan el espíritu y limitan la capacidad humana para luchar por la libertad y satisfacer muchos anhelos lícitos.
Éste es realmente el opio del pueblo.
Las iglesias, que deberían ser expresión material del Reino del Amor, muchas veces se convierten en expresión del dios del fracaso, de la frustración y de la muerte.
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