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22/05/2006

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como el viento

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El ser humano, desde que nace hasta que muere, pasa gran parte de su tiempo construyendo cárceles. Unas, para encerrar a los que piensa que pueden dañarle. Otras para encerrarse a sí mismo y protegerse del propio impulso de adentrarse en lo desconocido, lo que queda fuera de los muros de la ciudad, allá donde pululan los bandidos, donde la ley no alcanza, donde el hombre se tiene que enfrentar a sí mismo sin otro escudo que su fe.
Cárceles con rejas de ilegalidad, de inmoralidad, de imposibilidad, y sobre todo rejas de soberbia, infranqueables, que aseguran la total ausencia de libertad, donde el ser humano no tiene otra compensación que ver a su prójimo tan atrapado como él mismo.

El hombre renacido en el Espíritu es como el viento, se oye su rumor pero nadie sabe de dónde viene ni a dónde va.
No tiene miedo de entrar en una cárcel porque no existen rejas que pueden atraparle. La ilegalidad no le asusta, porque está sostenido por la Ley plenamente cumplida: El Amor. La inmoralidad no le echa atrás, porque no existe en él oposición que el mal pueda aprovechar para derribarle. La imposibilidad no le engaña, porque él ve lo tangible y también lo intangible, y sabe que ninguna fuerza espiritual es más fuerte que la fe de un hombre sustentado en el Amor. En el viento no hay soberbia: Las rejas de soberbia sólo pueden existir en la quietud, en el movimiento sólo existen los límites de la dignidad.

El hombre renacido en el Espíritu es como el viento. Parece que ya se le ha podido atrapar, la trampa ha sido meticulosamente construida, las rejas están bien dispuestas, pero él ya no está. Lejos se oye su rumor, como si nunca hubiese estado aquí.
La inteligencia racional más poderosa no puede atrapar la insignificancia de la autenticidad. El Amor no puede ser poseído. La honestidad nunca podrá ser manipulable. La autenticidad, el Amor y la honestidad sólo pueden ser retenidos con autenticidad, con Amor y con honestidad. Mientras que el impulso espiritual del ser humano esté apagado, es muy fácil atraparle en cárceles, pero el hombre renacido en el Espíritu renuncia con facilidad a todos sus deseos materiales y se cuela por las grietas más sutiles.

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