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Los muros que separan a los seres humanos siempre caen del lado de aquél que intenta derribarlos. Luego, cuando de entre los escombros sale el que ha vencido la distancia aun en perjuicio propio, y se dispone a cruzar la barrera y abrazar a su hermano, encuentra a ese hermano, el que estaba al otro lado, levantando otro muro más alto y más grueso y resistente que el anterior.
A la fuerza y con argumentos lógicos no es posible convencer a un hombre de que debe reencontrarse con su hermano. Seguramente habría que comenzar por explicarle el significado de la palabra “hermano”. Es necesario que el hombre experimente de verdad y muy profundamente el desamor para que sea capaz de ver en su hermano algo que le pertenece, que no puede ignorar y cuyo Amor le es absolutamente necesario.
En nuestro camino hacia la muerte hay que lanzar puñados de semillas de Vida, entre los zarzales y en los desiertos, en los pedregales e incluso en el asfalto. Nunca sabremos qué semilla puede germinar, lo único que podemos predecir es que seguramente no veremos sus frutos, porque no le está permitido al sembrador cosechar nada de lo que ha sembrado. A la vuelta al granero recibirá su paga. Y nada más.
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