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07/08/2006

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fraternidad

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No existe nada tan abominable en este mundo como el sufrimiento de unos seres humanos producido por el egoísmo, e incluso para la satisfacción de otros. Muy por encima de los preceptos morales sobre sexualidad, matrimonio y orden social, están los preceptos sobre el respeto a la vida y a la dignidad de todo ser humano que pise la tierra.
La estatura espiritual de una persona se mide por la amplitud de miras en lo que se refiere a su sentido de fraternidad.

Hay cristianos que reducen el círculo de fraternidad a su propia persona. Dicen: “yo me salvo por mi fe”, o bien: “yo cumplo con las leyes”, y con eso creen que toda entrega para con los demás es sólo generosidad añadida, opcional y voluntaria. Esta idea individualista del cristianismo es el camino que conduce con más precisión al vacío de la desesperación. El verdadero cristiano es capaz de sentir el dolor ajeno como si fuera dolor propio, el hambre y la sed del prójimo como hambre y sed de él mismo.

Hay cristianos que reducen el círculo de fraternidad a su pequeño grupo religioso. Éstos abundan en todas las iglesias. Han elegido el camino fácil de ser solidarios con los que pueden corresponderles, y celebran fiestas en honor de aquellos por los que se sienten honrados. Así pretenden encerrar en su círculo mezquino la amplitud de un mensaje que sólo es auténtico cuando lleva al hombre a dar la vida por todos los demás. Estos acomodados pretenden ayudar al prójimo atrayéndolo dentro su propia comunidad.

Hay cristianos que reducen el círculo de fraternidad a su iglesia diciendo: “pertenezco a la única iglesia verdadera, todos los que estamos dentro de mi iglesia seremos salvos, y, los que quedan fuera, que se conviertan y entren bajo nuestro dominio si es que quieren salvarse.” Esto es pura religiosidad, que en nada es diferente a la religiosidad pagana como no sea en las formas o en las consignas. Que se llamen a sí mismos “católicos”, “testigos de Jehová” o como quieran, pero que no se llamen ‘cristianos’.

La moral es consecuencia de una lucha, y la descubre el propio individuo cuando, al intentar actuar con eficacia, se tropieza con obstáculos. La sexualidad, por ejemplo, no es ni buena ni mala, es una característica orgánica del ser humano. Cuando el hombre se apoltrona en la inercia, la sexualidad se desboca, pero aquél que lucha por los valores elevados de la Solidaridad, la Justicia y la Dignidad, ése descubre por sí mismo que una sexualidad desordenada le lleva a la lucha ineficaz y al fracaso, y por eso la rechaza.

La moral, fuera de la lucha, no es sino religiosidad. Las leyes que imponen las religiones no tienen valor eterno en sí mismas, porque determinan estados del ser humano y no impulsos, y el espíritu nunca se define en la inercia, sino en la intención de un movimiento. La moral religiosa no lleva al hombre a ninguna perfección especial, lo único que lleva al hombre el desarrollo del espíritu y al verdadero hallazgo es la lucha por los valores solidarios, tanto más cuanto más comprometida sea esa lucha.

El círculo de fraternidad de un ser humano verdaderamente digno en el espíritu es la humanidad entera, y el fundamento del mensaje no son unas consignas morales, sino un aliento de Solidaridad, una lucha por la Justicia y una defensa de la Dignidad de cada uno de los seres humanos de la tierra sin ninguna excepción. Éste es el único y verdadero atrio del Reino de los Cielos que el Cristo anunció encarnado en Jesús de Nazaret, y cuyas puertas quedaron abiertas tras su pasión, muerte y resurrección.

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07/08/2006

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