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En un cesto de manzanas la fruta podrida puede pudrir la fruta sana, pero nunca la fruta sana podrá sanar la podrida. Esta ley no tiene excepciones. Vemos cómo los gobiernos se corrompen y cómo el corazón de los imperios se pudre. No se puede hacer nada, hay que dejar que el proceso natural culmine, que la putrefacción llegue hasta las extremidades y entonces el imperio cae y permite que otros, que antes estaban sometidos, se levanten con una vitalidad nueva para construir otro imperio.
El nuevo imperio brota de la fuerza contenida por el injusto sometimiento del imperio anterior, y mientras esta vitalidad se mantenga, también el imperio crecerá en salud. Desde el momento en el que la vitalidad se fundamente en unas ideas que ya no respondan a una experiencia sino que deban ser alimentadas e impuestas, entonces ya nada se renueva, sino que el espíritu del imperio comenzará a alimentarse de sus propios excrementos. El proceso de corrupción comienza desde el corazón del gobierno.
Los milagros de Jesús, al margen del rigor histórico de los relatos evangélicos, tienen un sentido realmente muy profundo. Para Jesús no era importante el hecho de dejar perplejos a los judíos mediante lo insólito, sino que el milagro tiene un simbolismo, y así como los hechos inexplicables pueden acabar por quedarse en la anécdota, el simbolismo tiene un alcance trascendente. Jesús demuestra que, en el Espíritu, lo sano impregna y cura lo podrido y las miserias humanas se convierten en fuerza salvífica.
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