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La tierra de la Libertad no es aquélla en la que los leones están enjaulados para que no se coman a los bueyes: en la tierra de la Libertad el león y el buey pacen juntos. No es posible poner candados y cerrojos en la puerta del abismo y dejar abierta al mismo tiempo la puerta de la Libertad. Sólo cuando no sea necesario protegerse del peligro será también posible alcanzar la plenitud del Reino.
La frontera más insuperable para el ser humano es el miedo, por eso la moral y el miedo siempre van de la mano. El mismo miedo que salva al esclavo de caer en el abismo es el que mantiene encarcelado al hijo del Amo. Porque el hijo puede caminar sobre arenas movedizas sin hundirse, pero, si el esclavo tropieza, probablemente caiga sobre una roca, se abra la cabeza y muera.
El amor del esclavo es posesivo, y esconde un vacío interior que necesita ser llenado, por eso es tan importante delimitar fronteras. Pero el Amor del hijo es generoso, y expresa una plenitud interior que necesita ser compartida, por eso no conoce las fronteras con la tierra del miedo. Dentro del ámbito
de los límites morales, es imposible que el niño meta su mano en la madriguera del áspid y no sea mordido.
Por Amor, el hijo rompe los candados y cerrojos de la puerta de la Libertad, pero al mismo tiempo se abren las puertas del abismo; entonces las gentes se llenan de miedo.
El esclavo ve la tierra limitada por la frontera con el miedo como su propia patria, pero el hijo no puede permanecer encarcelado para siempre, se abre paso en el Camino porque su Patria es el Reino de la Libertad.
El esclavo que busca fortuna fuera de las fronteras, en la tierra del miedo, rompe los límites morales y destruye la paz del pueblo, hasta que finalmente se destruye a sí mismo. Por eso las leyes lo condenan. El hijo, el liberador que busca su Patria para ofrecérsela a su pueblo, ése también rompe fronteras, y las gentes murmuran contra él y lo condenan, como al traidor. Un liberador agasajado por todos siempre será un farsante.
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